“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos…” 2 Pedro 1:19a

No hay fuente más segura y confiable que la infalible Palabra de Dios. Ella se define a sí misma como una antorcha encendida en un lugar oscuro (2 Pedro 1:19b). Dios habla a través del salmista y dice que su Palabra es una lámpara a nuestro caminar (Salmos 119: 105), que ella es suficiente para nosotros (2 Timoteo 3:16) y que es perfecta, fiel, recta y pura (Salmos 19: 7-8). No necesitamos nada complementario que la Palabra no tenga en sí misma. La biblia es todo suficiente e inerrante. Nuestra vida ha de estar guardando u observando constantemente La Palabra de Dios porque hacemos bien en estar atentos; y esto, hasta que El Señor regrese.

Sin embargo, en medio de los tiempos difíciles y peligrosos que vivimos, La Palabra de Dios está siendo atacada por aquellos que dicen que sí tiene imprecisiones, errores e interpolaciones que no están en los manuscritos originales; sembrando con ello una tremenda incertidumbre en los oyentes, quienes vuelven a casa preguntándose: ¿Cuál es entonces la Palabra de Dios? – Es necesario entender y tener la convicción de que Dios ha preservado su Palabra a través de los siglos, y a pesar de que los hombrecitos la han intentado desprestigiar y suplantar con sus propios escritos, ella permanece inmutable y firme como el propio Señor Jesucristo lo enseñó:

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” Mateo 24:35

Si no partimos de la convicción de que la biblia es la infalible Palabra de Dios, de verdad que no tiene mucho sentido leer este artículo. Hoy hay muchos pastores racionalistas que prefieren aconsejar a sus feligresías estudiar libros escritos por famosos predicadores, que centrarse en el estudio sistemático de la biblia. Otros, estudian la biblia a la luz de los libros. Y otros, ante las preguntas de los hermanos, les dicen que hagan una “monografía” de distintos libros para poder obtener la respuesta.

La “monografía” consiste en recopilar varias fuentes de información respecto a un determinado tema, para finalmente sacar la conclusión que daría la respuesta correcta a una pregunta o duda. Recuerdo muy nítidamente el relato de una hermana que confeso que su “pastor” le había dicho que debía leer al menos 5 libros de diferentes autores del tema en cuestión, para poder obtener así la respuesta a sus interrogantes. También recuerdo a un hermano que hace años no veía, y que me comentaba que en la reunión de varones de su congregación, habían comenzado a estudiar un libro. Eso es lo que está pasando dentro de las iglesias, y no fuera de ellas. Lamentablemente nadie habla de esto.

Ante estos ejemplos y cuantos otros que no conozco, pero que hoy mismo está ocurriendo en medio de iglesias cristianas, me pregunto: ¿Acaso la biblia dejo de ser atractiva? ¿Acaso la biblia no responde a las interrogantes de los hombres? ¿O será que ya conocemos tanto la biblia que necesitamos algo nuevo?

La verdad es que estamos en un tiempo de una especia de “bibliolatria”; una devoción y casi adoración por los libros. Es la clásica imagen proyectada por todos los intelectuales seculares que exhiben sus enormes bibliotecas cuando conceden sus entrevistas. Lamentablemente esta misma inclinación vanidosa y peligrosa es la que prevalece en medio de una cristiandad que ha descuidado la biblia como única y exclusiva fuente de conocimiento de la verdad. Decir esto hoy, es sinónimo de dogmatismo e intransigencia.

La Palabra de Dios es suficiente para nosotros como norma de conducta y de fe. Es un camino muy peligroso leer o escuchar a predicadores, antes de estar en sintonía y en plena comunión con La infalible Palabra de Dios. Claro, es mucho más fácil y no requiere esfuerzo ni dedicación estar escuchando un sermón, que diligentemente estar leyendo la biblia. Con esto no estoy diciendo que es malo escuchar radios legítimamente cristianas, pero aquello nunca será un sustituto o sucedáneo de la intimidad con Dios a través de la lectura de su infalible Palabra que Él amorosamente nos ha dejado y nos ha preservado para nuestro bien.

No cabe duda que estamos en tiempos en  que la voz de los hombres es la que prevalece. Algunos con justa razón afirman que estamos en los tiempos de la iglesia de Laodicea (Apocalipsis 3: 14-22), ya que la misma palabra “Laodicea” en su etimología podría significar “la voz del pueblo”. Hoy los hombres vanidosos hablan por su propia cuenta, enmarcan sus frases y las exhiben en sus portales, las usan de referencias en sus sermones y las entregan como argumentos válidos antes cualquiera que demande razón de sus enseñanzas. Es muy común escuchar hoy en día las respuestas: “ Como dijo el Dr…” “Como dijo el Pastor…”, etc., pero se escucha muy poco decir: “Como Dios dice en Su Palabra”.

Amados hermanos, Cristo nos dijo que aquel que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca (Juan 7:18a), por lo tanto, debemos ser fieles a lo que Dios dice en su Palabra; preparar nuestra enseñanza o sermones solo desde las entrañas de la biblia, en una comunión y dependencia del Espíritu Santo, y huir de esta actual “bibliolatria y monografía” tan frecuentes en nuestros días en el seno de la iglesia. Y recordando siempre aquella advertencia de Pablo a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” 1 Timoteo 4:16

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos de humildad para considerar solo su Palabra como norma de conducta y de fe, para su gloria. Que así sea. Amén.

PEL 03/2017

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Categorías: Apologética

2 comentarios

Olga Rosa · 9 de abril de 2017 a las 22:14

Sola escriptura, Soli Deo Glori.

Amen. Maranata!!!

Gracias hno Pablo.

Martín Roldán Vera · 30 de mayo de 2018 a las 16:43

Yo, seguramente estoy condenado ya. He ayudado mucho a otros sin usar la inspiración bíblica. He disfrutado mucho esta vida en términos no bíblicos, he seguido enseñanzas de tradiciones no cristianas como el Judaísmo, el Islam y el Budismo, aunque también he aprendido de La Biblia. Si alcanzo la condenación eterna por la vida que he vivido, lo he pasado tan bien aquí que vale la pena.

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