¿ENTIENDES LO QUE LEES? ¿REALMENTE ESTAS APRENDIENDO?

Una reflexión ante la lectura sin el entendimiento


“Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él” Hechos 8: 30-31

Estamos en una generación que cada vez lee menos. Y muchos de aquellos que leen algo, tienen serios problemas de compresión de lectura, por lo tanto, no entienden lo que leen y tampoco están aprendiendo lo que están leyendo.

El texto bíblico citado. reviste una gran profundidad que solo se comprende, al poner en alto el significado del humilde espíritu de discípulo que todos deberíamos tener. Al fin y al cabo, todos somos discípulos de Cristo. Pero para aprender, necesariamente necesitamos dos entes: quien enseña y quien desea ser enseñado y aprender; en otras palabras, el maestro y el discípulo, pero ambos, aprendiendo constante y simultáneamente del Señor a través de su Palabra.

En esta escena, vemos a un eunuco (servidor de la reina etíope Candace), prosélito judío de Etiopia quien venía desde Jerusalén. Por otra parte, vemos a Felipe; aquel que inició la predicación del evangelio en Samaria, y que fue movido por un ángel del Señor para que acudiera hacia aquel etíope, para hablar con él y finalmente para predicarle el evangelio de Jesucristo.

La fidelidad y obediencia del que enseña 

Lo notable del pasaje, primeramente, es la obediencia de Felipe ante el imperativo de Dios dado a través de aquel ángel. El texto dice: “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.  Entonces él se levantó y fue” Hechos 8: 26-27

Aquí vemos la obediencia de aquel que enseña. No se puede enseñar, sin experimentar la obediencia. Felipe, sensible a la voz de Dios acude a donde Él soberanamente lo envía. Por otra parte, notemos que el pasaje habla de un imperativo divino que lleva a Felipe “al desierto” para predicarle a una sola persona. Es ahí cuando nos preguntamos, ¿iríamos a un lugar desierto (sin atractivo) para predicarle a una sola persona? ¿Invertiríamos tiempo y recursos para ir a enseñar a una sola persona?

Estas preguntas son muy necesarias, sobre todo en la actualidad cuando hemos leído y oído declaraciones de aquellos líderes y doctores de hoy, que enseñan que antes de ir a predicar a alguna parte, se debe confirmar si hay “masa crítica” como requisito inicial. Para quienes conciben la iglesia como una idea megalómana del éxito, puede ser que la búsqueda de “masa crítica” sea importante, pero para aquellos que consideran la biblia como única norma de conducta y de fe, la tónica es muy distinta, y así lo vemos en este pasaje selecto de la santa escritura. Felipe fue movido al desierto para predicarle solo a una persona, porque Dios enseña que un alma vale más que el mundo entero (Mateo 16:26). Acordémonos que en Sodoma había solo una sola persona justa (Lot), y solo por esa persona, El Señor envió ángeles en su rescate (Génesis 19:1).

Esto echa por tierra la falsa idea y anhelo de la búsqueda de multitudes como muestra del éxito en la predicación, las cuales son un caldo de cultivo que aumenta más el ego del predicador, que un servicio para la gloria a Dios. Aquel error lo vemos frecuentemente en las redes sociales, donde aparecen aquellos conceptos de: “amigos y seguidores”, y aquellos iconos de: “me gusta” que se grafica con una mano mostrando su dedo pulgar como muestra de aprobación o rechazo. Esto, sin duda que nos evoca a la inmunda mano de los emperadores romanos, que con su dedo pulgar perdonaban o condenaban al reo que estaba en medio de la arena del coliseo “entreteniendo” al pueblo.

Porque otra de las cosas que se descubren, por ejemplo, en la red de Facebook, es que muchos líderes esperan sus ansiados aplausos y “likes” de sus seguidores. Mientras haya alabanzas y elogios hacia ellos, todo bien, pero cualquier opinión disidente no les gusta y se enojan. Que plataforma más vanidosa.  Me pregunto si a Cristo ¿le gustaría que muchos le enviaran estos tan apetecidos “likes” (me gusta) de la actualidad? Recordemos que cuando Él predicaba la verdad, aún los más cercanos no le dieron sus “likes” (me gusta) y lo abandonaron. “Queréis acaso iros también vosotros?” Les dijo El Señor (Juan 6:67) De modo que la cantidad de “likes” no garantiza nada. En este leguaje actual, podríamos decir que El Señor tuvo muy pocos. El que lea entienda.

¿Entiendes lo que lees?

Una vez que Felipe estaba junto al eunuco etíope, a quien “le oyó que leía al profeta Isaías”, le hizo la memorable pregunta: “Pero ¿entiendes lo que lees?” (Hechos 8: 30)

En primer lugar, consideremos que muchas veces ocurre la tónica de leer la biblia sin entender nada, tal cual, como aquel eunuco religioso, que si bien, leía al profeta Isaías, pero no entendía lo que leía. Al parecer, el eunuco leía en voz alta, ya que el texto dice que Felipe “le oyó que leía…”. Esto me hace recordar los años en que conocí desde adentro al catolicismo romano como presumida iglesia cristiana, en donde se leía en voz alta pasajes de la biblia, pero que, desde el cura hasta el último feligrés, no entendíamos ni “una jota” de lo que se leía. Sin embargo, se cumplía con un código religioso de leer la Palabra de Dios en medio de la liturgia.

Pero no nos jactemos ante los católicos, porque lo mismo pasa en medio de la iglesia evangélica. Muchos son fieles lectores de la biblia, pero no están aprendiendo lo que leen. Muchos viven escuchando sermones, pero su mente divaga en otro lado, por lo tanto, no están aprendiendo nada de lo que escuchan.

Por tal razón, la biblia nos llama a leer y meditar en la Palabra de Dios; no solo leer y que nuestro entendimiento quede sin fruto. La meditación en aquello que se lee, es lo que nos permite que la lectura pase a nuestro intelecto y se quede atesorada en nuestro corazón, y desde allí, modificar nuestra voluntad y conducta. El salmista decía, que para el creyente: “…en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche” Salmos 1: 2

La biblia no solo se debe leer, sino que también se debe meditar. Leer la biblia, no solo despierta el sentido de la vista, sino que aún mas, el del intelecto. Se debe meditar en lo que estoy leyendo o escuchando, para que La Palabra de Dios se haga vida y cambie nuestra conducta. De lo contrario, leer la biblia solo pasaría a ser un ejercicio religioso que de ninguna forma honra al Señor, sino que solo acallaría la voz de una conciencia sumida al pecado, la cual exige “ejercitar la religión” para sentirse bien de haber cumplido con Dios. Es algo similar a lo que Pablo dice de los judíos: “Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” Romanos 10:2

Hay muchos que son “tardos para oír”, no obstante, siempre están abriendo sus biblias, leyendo o escuchando mucho, pero el sentido del intelecto y la meditación, no están siendo ejercitados. De ahí que hay personas que siguen viviendo conforme a sus propias mentes naturales sin cambios sustanciales, aun teniendo la costumbre de leer u oír la Palabra de Dios. La biblia dice que hay algunos que son “tardos para oír”; que no salen de las lecciones básicas (leche espiritual) y, por lo tanto, su crecimiento es anormal, no logrando discernir entre lo bueno y lo malo debido a su inmadurez espiritual (hebreos 5: 11-14). Por eso es la necesidad de este articulo devocional que nos hace las oportunas preguntas: ¿ENTIENDES LO QUE LEES? ¿REALMENTE ESTAS APRENDIENDO?

¿Estás dispuesto a aprender?

En segundo lugar, meditemos en lo que significa tener a alguien que está dispuesto a enseñar. Si repasamos el texto que encabeza este articulo devocional, vemos que el eunuco dice y hace lo que consecuentemente demuestra su propio y verdadero interés de aprender. Primero le dice a Felipe: ¿Cómo podré, si alguno no me enseñare? Es decir, el eunuco reconoce que necesita a alguien que le enseñe. Luego, el texto dice que “rogó a Felipe que subiese y se sentara con él”.

La legitima humildad del eunuco, no solo le llevó a confesar que tenía necesidad de ser instruido, sino que aún mas, le llevó a “rogar” a Felipe que subiera al carro y que se sentará con él para que le enseñase. Finalmente, vemos que Felipe le enseña las escrituras y le presenta el evangelio de Jesús, cuyos resultados, fue la conversión del eunuco con la evidencia de una actitud obediente ante el mandamiento del bautismo. El maravilloso epilogo de esta escena es el siguiente:

“Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?  Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino” Hechos 8: 36-39

 De verdad que esta es una gran enseñanza sobre lo que significa el discípulo y aquel que lo instruye, especialmente cuando estamos en un tiempo en que pocos quieren aprender; pero que, sin embargo, presumen saber mucho, y con ello, se “saltan” la necesaria e inolvidable etapa de ser “discípulo” todo el tiempo que sea necesario.  Los elementos base de esta enseñanza son, primero, el discípulo que quiere aprender, y segundo, aquel que está dispuesto y apto para enseñar. Si uno de estos dos entes falta, la enseñanza no cumple su objetivo.

 La tierna escena de Felipe y el eunuco, nos permite reflexionar, además, en la relación de hermandad y cariño que se establece entre el discípulo y aquel que lo instruye. Estoy seguro que el eunuco nunca más olvidó a Felipe, quien le instruyó por primera vez en los rudimentos del evangelio de Cristo. El texto señala, que el eunuco siguió su viaje solo, pero gozoso.

Sin duda, que estarán en nuestra memoria y corazón, aquellos que nos enseñaron las escrituras en sus primeras lecciones, pero como dice el texto, “no les vimos más”, sin embargo, les recordamos con mucho gozo y cariño y esperamos “aquel día” cuando todos juntos nos reencontraremos con nuestro Señor en la eternidad revestidos de gloria.

Mientras estemos en la tierra, Dios exalta la actitud humilde del discípulo que quiere aprender, y en esa misma perspectiva, El Señor insta a valorar a aquel que lo instruye. Esto me recuerda lo que Pablo les decía a los gálatas: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” Gálatas 6:6

¿Estas realmente aprendiendo?

Una de las cosas que suelen ocurrir en el colegio, es que los alumnos solo estudian cuando tienen exámenes. Luego se olvida la materia o lección pasada. Como decía un antiguo profesor: “materia pasada, materia olvidada”.  Pero en la vida cristiana no debe ser igual a lo que pasa en el mundo.

El cristiano debe esforzarse por aprender la Palabra de Dios, y para eso, no solo debe leerla u oírla, sino que debe meditarla y aplicarla a su vida como norma de conducta. Esta actitud va de la mano con la dependencia del Espíritu Santo, a fin de que el discípulo comience a dar frutos de crecimiento y madurez. La biblia nos insta a crecer en el conocimiento y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, para que de manera balanceada podamos ir aprendiendo más y más sobre quien es Dios, de sus atributos y de sus propósitos soberanos, porque al conocerle más a Él, será más amplia nuestra convicción de nuestro propio pecado, y de la necesidad de revestirnos de la legitima humildad.

De modo que, cada vez que leamos un trozo de la Palabra de Dios, debemos meditar en ella y preguntarnos si estamos aprendiendo la lección. No quedarnos solo con la mera idea religiosa de haber leído o escuchado algún estudio de la biblia y nada más. El desafío es comprobar que estamos entendiendo y aprendiendo. Y si hay un humilde espíritu de discípulo y además constamos alguien apto cual Felipe, que nos enseñe, entonces valoremos y aprovechemos lo que Dios nos da.

De manera ilustrativa, y al finalizar este devocional, creo oportuno compartir un acróstico que aprendí en los inicios de mi camino con Cristo. Es la palabra LEMA. Esta palabra, que coincide con un buen lema de vida cristiana, incluye precisamente los elementos necesarios para nuestro aprendizaje y crecimiento en Cristo. Este acróstico consiste en: Leer, Escuchar, Meditar y Aprender (L.E.M.A). En otras palabras, no solo basta con leer y/o escuchar la Palabra de Dios, sino que además debemos “Meditar” en ella para que nuestro intelecto y espíritu se llene abundantemente, y finalmente “Aprender” de ella para que nuestra conducta cambie.

Amados hermanos, La Palabra de Dios es todo suficiente para convertir al más vil pecador, pero ahora nosotros como cristianos, debemos siempre estar examinándonos sobre cómo estamos andando; no como necios, sino como sabios (Efesios 5:15). Entonces, las preguntas finales son las mismas que al inicio: ¿ENTIENDES LO QUE LEES? ¿REALMENTE ESTAS APRENDIENDO?

Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos ayude a ser humildes para valorar la enseñanza de La Palabra de Dios, y   tener el continuo espíritu de discípulo para recibir con alegría el alimento espiritual que nos permite crecer y madurar en Cristo. Que así sea, Amen.

PEL 09/2020

Categories: Devocional

1 Comment

Amaury Dittz · 26 de septiembre de 2020 at 11:38

Querido predicador!!
Definitivamente coincido con usted. A lo largo de este artículo vi diferentes aristas que coinciden y llevan a un común denominador.
No perdamos de vista que el hambre de la Palabra es la clave para que se generen los cambios en un individuo por más vil que sea.
Muy buen artículo muy edificante para ambas partes el que busca y el que tiene la gran responsabilidad de instruir y llevar la palabra.

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