“Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios.
Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” 1Corintios 4:1-2

No hay algo que Dios anhele más que nuestra fidelidad. El no quiere sacrificios ni esfuerzos humanos, El quiere nuestra fidelidad. El se presenta como Dios fuerte y celoso y desea la exclusividad de nuestro amor.
Cuan triste se ha de poder cuando coqueteamos con el mundo siguiendo sus disoluciones; los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Cuan triste se ha de poder cuando miramos al Señor de lejos cual Pedro calentándose en el fuego del mundo y negando Al Señor insistentemente…UD dirá: “Pero yo nunca he negado al Señor?….Solo basta nuestro silencio para negar al Señor Jesucristo.
Sin duda, por naturaleza somos infieles. ¿Que sería de nosotros si la fidelidad y el amor de Dios se condicionara al nuestro?
Gracias a Dios porque cada día nos da la posibilidad de ser mejores cristianos, mas eficaces, mas eficientes y dedicados. El día anterior Él ya lo ha olvidado.
Amados hermanos, redimamos el tiempo y levantémonos como obreros de Dios que no tengan de que avergonzarse. Porque llegará el día en que el Señor se ha de manifestar y ciertamente ninguno de nosotros ha de querer apartarse de él avergonzado.
Ciertamente, la demanda y la prueba de nuestra fidelidad no esta en el testimonio que mantengamos en la iglesia; el examen de Dios se realiza cada día en nuestra vida diaria y secular. Cuando estamos en nuestro hogar, en la oficina, en el taller o en la escuela. Es ahí donde Dios nos mira y nos examina.
Soy un convencido de que la teoría se pone en práctica a penas cruzamos el umbral del local de reunión y enfrentamos el día a día. Así como el justo Lot, afligimos nuestra alma cada día, negándonos a nosotros mismos, tomando nuestra propia cruz y seguir al Señor hasta el fin.

PEL 2006

Categorías: Devocional

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