La pregunta de Juan el Bautista

Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Mateo 11:2- 3

 En nuestra férrea tradición religiosa, siempre se nos ha bombardeado con  aquella mítica imagen de hombres extraordinarios que dejaron huellas indelebles en la historia de los episodios bíblicos. No obstante, al observar detenidamente por las escrituras la vida de cada uno de los hombres, que por la religión han sido considerados como héroes de la fe, descubrimos que tras aquella ficticia máscara creada por el  defectuoso corazón humano,  existe un hombre de carne y hueso falible y que en el recorrido de la vida,  su fe, su debilidad e incompetencia  se hizo manifiesta en medio de la prueba.

Es el caso de un Noe que se embriaga, un Abraham que miente, un Moisés que desobedece, un David que urde la más baja de las acciones en contra de un ser humano o un Salomón que al final de su carrera reconoce su rotundo fracaso. Así también describe al hombre el apóstol Santiago cuando a modo de ejemplo cita la experiencia de Elías:

“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” Santiago 5.17

Este análisis que evidentemente hiere nuestro orgullo y vanidad, la biblia lo presenta con absoluta claridad. Aunque la biblia no lo menciona, los 7 días que Noé pasó dentro del arca sin que cayera ni una sola gota de lluvia, debió ser la más intensa de las pruebas de su fe que se enfrentaba a las burlas y el vituperio de los incrédulos. En lo personal, creo que Noe debió clamar intensamente al Señor para que su fe fuera fortalecida y su confianza inmutable en la promesa de Dios respecto al diluvio venidero.

Lo mismo debemos comentar del gran Juan el Bautista. Aquel valiente y solitario predicador del desierto  cuyo interés no era su sustento, ni su abrigo ni la fama u ovación de los hombres; su objetivo era preparar el sendero para la llegada del Mesías prometido y proclamar el  llamado imperioso al arrepentimiento. Era aquel hombre que amaba profundamente a su Señor desde el vientre de su madre.

Un hombre que no temía las amenazas ni las artimañas del enemigo porque su confianza estaba depositada en la potencia del Creador. Un siervo de Dios que no dio cabida a la envidia cuando su ministerio llegaba al ocaso luego del inicio del ministerio de Cristo, ya que fue en ese instante cuando proclama la gran frase que lo identificaría por todas las generaciones:

“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”  Juan 3:30

No obstante, Juan el Bautista era un hombre de carne y hueso, débil e incompetente como cualquiera de nosotros, y que en el momento de la prueba también su fe se vio confrontada con lo que ocurría con su propia vida.

La pregunta ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? revela la profunda duda que en algún momento atravesó  la mente y el corazón de Juan.

Su ministerio había llegado al fin y ya no era la libertad del desierto, la predicación vehemente ni el apoyo de sus discípulos lo que confortaba su alma; ahora era la soledad y la frialdad de una prisión y lo peor, la injusticia de su condena. Juan estaba encarcelado por Herodes por el “delito” de decir la verdad. No obstante, aunque humanamente él estaba absolutamente solo en aquella celda nauseabunda, Dios nunca lo desamparó aún hasta el momento de su muerte cuando fue decapitado brutalmente por la nobleza imperante.

Esta experiencia extrema de un hombre como Juan el bautista, nos debe llamar profundamente la atención  respecto a la fragilidad del hombre de Dios.

Aunque la religión insista en ensalzar la capacidad humana, la eterna Palabra de Dios nos pone en nuestro lugar y es allí donde debemos clamar hacia los cielos.

Así fue la experiencia de todos aquellos que la biblia menciona y que fueron poderosamente usados por la gracia de Dios, la cual vino a ser aquel rocío divino que cubre cada lado de nuestra frágil naturaleza.

La biblia esta llena de ejemplos de grandes conquistas y de avances de los propósitos divinos, que se llevaron a cabo  por medio de frágiles hombres que depositaron su debilidad en el poder de Dios.

Tenemos un frágil  Noe que construye una magnífica arca con una ingeniería que hasta los expertos de hoy se asombran al analizar el diseño y resistencia, un temeroso Abraham que claudica ante las ofertas del filisteo, un tartamudo Moisés como líder libertador o un débil Gedeón y su pequeño ejército conquistador.

El apóstol Pablo resume estas abundantes experiencias de la siguiente manera:

“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” 2 Corintios 12: 7-10

Se cree que Pablo padecía de una enfermedad crónica que afectaba su vista y sus ojos (Gálatas 4:14-15) y que él le había insistido al Señor que lo sanara, sin embargo, la respuesta fue negativa. Lo interesante del relato y declaración, es que Pablo logró entender el propósito de aquella enfermedad; la pregunta no fue ¿Por qué?  si no que ¿para que? esta enfermedad crónica.

La biblia se encarga de descubrir de manera nítida la fragilidad del hombre de Dios, el cual no se asemeja a aquellos falsos arquetipos de cristianos que se presentan como inmutables o invencibles el día de hoy, si que muy por el contrario. Las escrituras se encargan de desmoronar aquella religiosa idea de súper hombres inclaudicables e infalibles; no existieron, no existen ni existirán personas con el ficticio perfil que solo la religión ha creado.

No existen los “super” cristianos. Eso es una realidad que debe aceptarla hasta el mas orgulloso ser humano que se esmera por comprar el favor divino, sin saber que no es mas que una débil criatura que depende del creador.

El apóstol Pablo lo presenta de la siguiente manera:

“…no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”  2 Corintios 3:5

Así como cada hombre de Dios que la escritura señala, incluyendo el citado Juan el Bautista, revela la mas absoluta incompetencia en cuanto a los asuntos de Dios, también nosotros debemos aceptar que nuestra competencia solo proviene de Dios. Sin debilidad, no puede operar el poder de Dios.

La pregunta de Juan El Bautista nos muestra el débil lado de su fe. Había confrontado a Herodes y a la casta religiosa a quien llamó “generación de víboras”, pero ahora la escena era diferente y la duda inundó su mente hasta el punto de pensar que Jesús no era el Cristo prometido.

El analizar los fracasos de los hombres que Dios utilizó y cuyas experiencias quedaron registradas en la escritura para la posteridad, no significa de modo alguno tratar de acomodar nuestros propios errores y justificarlos, por el contrario, el objetivo de tal análisis es aprender la plena dependencia de Dios y no confiar en nuestra propia capacidad  o prudencia.

Que la gracia de Dios nos ayude a aceptar esta realidad a fin de madurar en este importante tema.

Que así sea, amén.

PEL2011

Categorías: Devocional

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