“…la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” 1 Juan 1: 7b

 Una de las doctrinas que más robustece la fe del creyente, es la de la seguridad eterna de la Salvación. Aunque existan muchos detractores que insisten en que la salvación se puede perder, la biblia no enseña eso. Aunque se pretendan presentar algunos textos para fundamentar tal postura, la correcta lectura y exégesis, no deja ninguna duda respecto a que la salvación es segura o es condicional; y ¡gracias al Señor que es así! porque de lo contrario, estaríamos todos perdidos. La biblia enseña la seguridad eterna del creyente, tal cual lo dijo el Señor Jesucristo:

 “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” Juan 10:27-28

 La salvación no es un producto que nace a partir de una “sociedad” entre el Redentor y el pecador; y que donde la participación de ambos es lo que corona este tan trascendental evento. La biblia enseña que la salvación es de Dios (Salmos 3:8) y que es parte de un plan soberano de Él, por Él y para Él (Romanos 11:36). La criatura no actúa debido a que está muerta y sus sentidos están inhabilitados,  a menos que el Salvador le dé vida (Efesios 2:1, 5) Esa es la verdad; todo otro argumento es parte de la soberbia humana que rehúsa aceptar la gratuidad de la salvación, y que al contrario, pretende presentar insolentemente obras para lograr, mediante esfuerzo humanos, la entrada al cielo.

 La salvación que Dios ha planeado desde la eternidad pasada, supera con creces toda lógica humana; no en vano la biblia enseña que el evangelio y las palabras de la cruz enloquecen y confunden al pecador, porque para él son locura:

 “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” 1 Corintios 1:18

 “Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, Y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” 1 Corintios 1: 19-21

 “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” 1 Corintios 2-14

 Es racional pensar que la salvación depende de nosotros, pero es irracional que la salvación sea absolutamente gratuita, es decir, Dios la da y la preserva para la eternidad futura. Tal cual como lo presentó el profeta Isaías cuando hablaba de comprar “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). El tema de la salvación es la piedra donde muchos tropiezan, ya que confronta el orgullo humano y su resistencia a la gratuidad de Dios.

 La biblia enseña que Dios ha provisto de todo lo suficientemente necesario para que aquellos que él ha escogido, sean salvos ahora y por toda la eternidad. Así como lo dice el pasaje que encabeza este estudio, la sangre de Cristo no solo fue aplicada el día de la conversión del pecador, sino que nos sigue limpiando en el presente. El apóstol Juan dice que la sangre de Cristo nos “limpia”. El verbo esta conjugado en presente, de manera que nuestros pecados presentes son limpiados por aquella preciosa sangre. Allá ellos que “no necesitan” de esa sangre presente que nos limpia nuestra maldad. Los que hemos nacido de nuevo necesitamos de aquel que hoy aboga e intercede por nosotros, y que es el mismo que volverá para transformar nuestros cuerpos en el tan anhelado día de la glorificación.

 “…el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” Filipenses 3:21a

La enseñanza apostólica nos declara que Dios ha provisto de una salvación eficaz que se inicia en la eternidad pasada, se manifiesta en el plano temporal y que se proyecta hacia la eternidad futura. Si pudiéramos resumir esta trayecto, podríamos decir que desde la eternidad pasada esta la elección soberana de Dios, la justificación manifestada en lo temporal y la glorificación para la eternidad futura.

En este artículo, solo vamos a abordar la salvación manifestada en el plano temporal mostrando su eficacia en el pasado, en el presente y el futuro. El apóstol Pablo lo presenta de la siguiente manera:

 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” Romanos 5:1-2

 La palabra Justificación es una declaración de jurisprudencia que ratifica la inocencia de un individuo. En el contexto bíblico, es el culpable que es declarado justo en virtud de los méritos de un inocente, en otras palabras, el pecador es perdonado y declarado justo por el juez, en los méritos de Cristo Jesús. Este hecho se efectúa mediante la fe, la cual es un don de Dios (Ef. 2:8), y que permite que Dios santo que no tolera el pecado, nos mire a través de la perfección de su Hijo quien pagó el precio de nuestro rescate y satisfizo las demandas de la justicia divina mediante el sacrificio en la cruz del Gólgota.

 El texto de Romanos 5:1 nos enseña que la justificación por la fe, nos da la paz para con Dios. Es la irrefutable verdad de la reconciliación entre el hombre pecador y el Dios Santo. Esto ocurre el día de la conversión del pecador; cuando el Espíritu Santo le convenció de pecado y le hizo morada de Dios. Es el momento cuando se establece la salvación de la paga o condenación del pecado. En otras palabras, el pecado ya no puede condenar a un hijo de Dios, porque judicialmente ya ha sido declarado justo mediante un decreto irrevocable. Esta es la salvación pasada la que nos redime de la paga o condenación del pecado.

Ahora, Romanos 5:2a nos dice que una vez que ya hemos recibido la justificación por la fe en Cristo Jesús, tenemos entrada a “esta gracia en la cual estamos firmes”. Es decir, aquí comienza a revelarse el concepto de la salvación presente; aquella que nos libra del poder del pecado. Ya somos salvos por medio de la justificación, pero en el tiempo presente somos continuamente salvados por su gracia porque la sangre de Cristo no solo se aplicó para lavarnos de nuestros pecados pasados, sino que continua siendo eficaz para limpiarnos ahora de nuestros pecados presentes.

 “…la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” 1 Juan 1: 7

 Finalmente, podemos observar que la segunda parte de Romanos 5:2b dice que “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”, lo que nos enseña el concepto de la salvación futura que nos redime de la presencia del pecado. Ahí seremos definitivamente transformados y nunca más tendremos relación con la naturaleza caída por causa del pecado.

De manera que tenemos que la salvación se manifiesta eficazmente en todo el plano temporal; la fe para el pasado, la gracia para el presente y la gloria para el futuro. Aleluya! Esto desmorona por completo la idea humanista de que la salvación es una actividad compartida entre Dios soberano y la criatura, es decir, Dios puso su parte, ahora es la criatura quien debe “cuidar” esta salvación ya que se podría perder. ¡Esto es una falacia que no resiste análisis!

 “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” Romanos 8:38-39

 Este pasaje es uno de los himnos que declaran de manera colosal la seguridad eterna del creyente. La biblia no deja ninguna duda al respecto, aun cuando muchos hombres a través de los siglos han elevado sus postulados y escuelas de pensamiento, enseñando que la salvación es algo se debe cuidar debido a que se puede perder. Pero Dios dice que nada nos podrá separar de su amor. Esta declaración es la verdad objetiva que revela las sagradas escrituras y que no depende de lo que Ud. o yo piense, ni tampoco de lo que hagamos o dejemos de hacer, por lo tanto, hagamos caso a la exhortación apostólica al respecto:

 “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección” 2 Pedro 1:10a

 El estudio en desarrollo apunta al concepto de la salvación presente, es decir, aquella que nos redime del poder del pecado mediante la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Necesitamos de su gracia y de su sangre presente para ser salvos del poder del pecado que aún mora en nosotros.

 “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” Romanos 7:18

 Esta realidad precisada de manera clara y literal por el apóstol Pablo, es una de las doctrinas más descuidadas en la iglesia, y por tal razón, se observan continuos fracasos y esterilidad de hermanos que luego de su conversión, descubren que en sus cuerpos continúa morando el pecado, y que la antigua naturaleza sigue reclamando su primitivo lugar. Es en esta continua experiencia del poder del pecado y de la salvación presente, en donde se ve socavada la certeza de ser salvos.

Si bien la biblia es objetiva y como tal, nos enseña que la salvación es segura y no condicional, la certeza de la salvación es subjetiva ya que es el hijo de Dios quien continuamente está lidiando con la duda de ser o no salvo al contemplar que aún en su cuerpo no mora el bien. En otras palabras, la seguridad de la salvación es objetiva porque descansa en el testimonio de la sagrada escritura, pero la certeza de la salvación es subjetiva ya que lidia con nuestra propia incredulidad y convicción.

 Esta pérdida de la certeza de ser salvos es lo que hace cristianos tristes, fracasados, sin gozo y estériles. Hay hermanos que caminan un paso y retroceden dos; prometen servir a Dios y luego desisten, o inician algo, pero queda todo inconcluso. Muchas veces las causas de esta esterilidad es la pérdida de la certeza de la salvación. Hermanos así, confían en sus méritos para mantener la regularidad de asistencia a las reuniones y comunión con los hermanos, pero una vez que se ven sumidos en el fracaso del pecado, se sienten indignos, inciertos de ser del Señor, y voluntariamente se apartan de la comunión hasta sentirse nuevamente “aptos” para regresar.

 Esta actitud es tan pecaminosa como cualquiera otra, ya que pensar que la gracia y la sangre presente de Cristo, no están disponibles ahora para limpiar las continuas y diarias transgresiones, es despreciar la obra presente de nuestro bendito abogado y sumo sacerdote. Por tal razón, el autor de hebreos dice que luego de entender que tenemos un sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, ahora debemos ir a él confiadamente.

 “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” Hebreos 4:15-16

 A veces pensamos que el arrepentimiento fue una experiencia única y pasada, pero la biblia nos habla de que el creyente debe arrepentirse cada día y por el resto de su tránsito por este mundo. Nosotros no dejamos de pecar el día de nuestra conversión, es por eso que el ejercicio del arrepentimiento viene a ser la actividad continua en medio de este camino angosto por el cual estamos transitando hacia la gloria venidera. Recuerde hermano que luego de la puerta estrecha por la cual entramos, se deja ver un angosto camino que lleva a la vida. Esa es la carrera del creyente, el tránsito y peregrinaje que necesita imperiosamente de la continua gracia y sangre que nos limpia de nuestros pecados presentes.

 Las continuas dudas de la propia concupiscencia humana y los constantes ataques del enemigo mediante los dardos de fuego, minan y flaquean la certeza de la salvación. Uno de mis pasajes predilectos respecto a este tema y que contrarresta la pérdida de la certeza de la salvación, es aquel que el propio apóstol Pablo escribe a los Filipenses:

 “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” Filipenses 1:6

 Que falta nos hace persuadirnos de las doctrinas de la gracia soberana. La palabra persuasión significa “convencer por completo” de algo. En este caso, como hemos visto, la doctrina bíblica de la salvación no debe descansar en la subjetividad del ser humano, sino que en la objetividad de la propia escritura.

Mientras sigamos viviendo conforme a la subjetividad, seguiremos siendo niños fluctuantes llevados por cualquier viento de doctrina. En las iglesias hay tanta superstición como en el mundo; sueños, visiones, “corazonadas”, premoniciones, etc. que llevan al individuo por un mar incierto de subjetivismos. Nada es objetivo para aquellos que no basan su fe en la solidez de la Palabra de Dios.

Por lo tanto, si nos persuadimos de lo que la biblia dice respecto a la salvación, tendremos también plena certeza de que somos de Dios. El otro elemento que presenta este pasaje de Filipenses, es el que indica que quien comenzó la buena obra, no fuimos nosotros, sino que fue Dios mismo como muestra de su decisión soberana. Y no podía ser de otra forma, ya que todo lo que nosotros comenzamos lo dejamos a medio terminar.

Es por esa razón, que a veces pensamos que fuimos nosotros quienes nos “convertimos” o que “aceptamos al Señor” o que “levantamos la mano”, etc., de tal manera que la obra no la comenzó el Señor, sino que nosotros. La biblia enseña que no fuimos nosotros quienes comenzamos esta buena obra; fue él quien la inició; A él le plació, y él la culminará. De esto nos debemos persuadir. Como observamos en esta exegesis, nuestra persuasión no debe cimentarse en los que nosotros creamos o sintamos, sino que debe estar arraigado en lo que la biblia enseña: Dios comenzó la obra y él la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.

La única criatura que lidiará con la certeza de ser salvos, es el verdadero creyente, ya que en la medida de que va conociendo más a Dios, se hace más evidente su propio pecado, y por consecuencia, muchas veces emanan las dudas con preguntas tales como: ¿realmente seré hijos de Dios? ¿Me habré convertido de verdad? ¿El Espíritu Santo mora en mí? Estas y otras interrogantes vienen a la mente del creyente cuando el poder del pecado evidencia la naturaleza caída y la vigente rebelión contra Dios que aún existe en nuestros miembros. Pensamientos, palabras o actos pecaminosos que el creyente comete a diario, son los que elevan esta constante lucha entre lo que dice Dios en su Palabra y lo que nosotros sentimos en nuestro cuerpo. Es aquí donde se debe reforzar la certeza de la salvación sobre la base de la objetividad de la infalible Palabra de Dios, y no sobre el subjetivismo de nuestro corazón. Por lo demás, ningún inconverso estará preocupado de este tema.

El tema del poder del pecado y la salvación presente, ha sido tan descuidado en medio del pueblo de Dios, que a veces se ha creado un evangelio híbrido de salvación por gracia y santificación por obras, base sobre la cual emergen posturas legalistas que elevan los méritos humanos de apartarse del pecado, pero sin experimentar el odio al pecado. En otras palabras, es la clásica postura religiosa que odia al pecador, pero que en su fuero interno, se sigue amando el pecado prohibido.

El tema demanda una presentación sobria para no caer en ningún exceso o extremo, ya sea legalista o de libertinaje. Juan nos dice respecto al poder del pecado y la salvación presente, que nuestro objetivo primero es no pecar, sin embargo, nos da el remedio ante el fracaso continuo.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” 1 juan 2:1

Ningún hijo de Dios amará el pecado más que a Dios que lo redimió del pecado. El creyente lucha contra todo lo que ofende el carácter santo de Dios, no obstante, su naturaleza caída muchas veces le lleva al fracaso, por tal razón, es necesario estudiar que dice la biblia de esta salvación presente y constante del poder del pecado.

Algunos enseñadores dicen que el creyente no puede pecar ya que tiene morando en su espíritu al Espíritu Santo, por lo tanto, el poder de Dios impide que el creyente peque. Es la doctrina del “movimiento de santidad” que utiliza pasajes fuera de contexto para afirmar su enseñanza. Por ejemplo, el texto más utilizado es el siguiente: 

“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido…Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” 1 juan 3: 6-9

 Evidentemente si este pasaje es extraído de todo el contexto de la biblia, y no solo del trozo escrito por el apóstol Juan, la enseñanza es categórica y no resiste otra interpretación: el creyente no puede pecar. Sin embargo, la biblia en su contexto presenta una enseñanza muy distinta y que armoniza plenamente cuando respetamos las reglas de interpretación. Es decir, todo pasaje debe ser expuesto a su análisis literal, gramático, histórico y de correlación. Por consiguiente, Juan no está diciendo que el creyente esta inmune al pecado, porque habría una tremenda contradicción con lo que él mismo declara en el capítulo 1: 8-10 ó 2:1; el texto de 1 Juan 3:6-9 está hablando de que el creyente ya no puede estar en la esfera de la condenación del pecado con la antigua práctica constante y sin arrepentimiento, y el decreto de esta interpretación está en el mismo capítulo 3:1-2

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él e” 1 Juan 3:1-2

La biblia nos enseña que ahora ya somos hijos de Dios, y solo nos resta esperar lo que hemos de ser cuando seamos transformados. Esto habla de la seguridad de nuestra salvación. Por tal razón, el creyente anhela la pronta glorificación de su cuerpo puesto que no ama el pecado. Los únicos que elegirían ser libertados plenamente del pecado son los creyentes y no los inconversos.

Cuando el pasaje de 1 Juan 3: 6-9 habla de que el creyente “no peca” o “no puede pecar” es una conclusión que debe enmarcarse del pasaje anterior y que presenta la obra de Jesucristo quien nos sacó de la condenación del pecado, lo cual debe complementarse armoniosamente con el contexto de toda la escritura, por ejemplo Romanos 8:1

“Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” 1 Juan 3: 5

 «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” Romanos 8.1

 La obra de Cristo nos ha puesto en una posición de excelencia (Ef. 2:6), y Dios nos mira a través de la perfección de su Hijo, de manera que como él es santo, nosotros también lo somos en Cristo. No hay pecado en nosotros para con Dios, debido a que la justificación en Cristo nos ha hecho justos y libres de la condenación del pecado. En contraste a ello, más adelante Juan declara la antigua vida sin Cristo, es decir, bajo el dominio del diablo. Así como el diablo peca desde el principio, el pecador sin Cristo sigue condenado porque su vida y práctica es el pecado.

 “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” 1 Juan 3: 8

 Es muy necesario estudiar la naturaleza del creyente para acrecentar la certeza de ser salvos. Si a un nuevo creyente nadie le enseña, que aunque haya vivido la conversión en Cristo, seguirá siendo pecador, aquel será un candidato al fracaso y a la esterilidad, debido a su constante pérdida de la certeza de su propia salvación.

Pablo presenta un pasaje que hasta lo que puedo entender, es la más importante y pedagógica descripción respecto a nuestra naturaleza de creyente.

 “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.  Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” Romanos 7:16:25

 Siempre cuando leo este texto me pregunto si alguno de nosotros o alguno de los grandes predicadores de la actualidad podríamos auto describirnos de manera tan honesta y desgarradora como lo hizo el apóstol Pablo. Sobre todo en tiempos de tanta auto referencia y de amor a “sí mismo”. ¿Quién de nosotros no quiere proyectar una santidad que no se tiene y sentirse mejor que sus hermanos? Es fácil dar cátedras de una presumida santidad, pero es muy difícil describirse tal cual somos delante de nuestros semejantes. Pablo lo hizo abiertamente, porque su objetivo primero era enseñar lo que Dios dice, y no lo que el hombre presume ser.

 El objetivo de Pablo era enseñarnos que el creyente sigue siendo pecador y que la ley de Dios es buena porque evidencia nuestros pecados actuales y la necesidad de una salvación presente. Si no reconocemos esto, tenemos que consecuentemente anular la doctrina bíblica que habla de la necesidad actual de un Abogado (1 Juan 2:1) y de un Sumo Sacerdote (Hebreos 4:15-16).

Pablo habla de una batalla entre la ley de Dios y la de su carne, entre la ley de su mente y la ley de sus miembros y del pecado. En este notable pasaje se nos enseña que hay una ley ineludible que debemos aceptar: que el mal o pecado mora aún en nuestra naturaleza. Es lo que constantemente se rebela contra Dios y su Palabra, ya sea en el plano intelectual, moral o espiritual. A veces pensamos que ofender a Dios es solo en el ámbito de lo moral, pero eso sería acotar erróneamente el rango del justo juicio de Dios, el cual incluye a toda nuestra naturaleza. Dios juzga no solo nuestros actos, sino que también nuestra mente y nuestro espíritu. Por eso el Señor Jesucristo dijo que lo que contamina al hombre no es lo que entra, sino lo que sale.

 “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre” Mateo 15:11

 Este texto nos hace muy bien, y en especial a aquellos que tan solo basan su vida en lo moral, y mientras no transgredan ninguna de sus reglas, se sienten bien en sí mismos y hasta con méritos delante de Dios, y por consiguiente, mejores que sus semejantes. Todas las religiones apuntan solo a conceptos cívicos, éticos o morales en lo que respecta a Dios, pero han despreciado voluntariamente aspectos intelectuales y espirituales que también son juzgados por la escritura.

 Jesús dijo que el pecado mora en nosotros y es eso lo que contamina al hombre. Es lo mismo que enseñó Pablo, porque en él operaba el mismo Espíritu Santo. El estudio de la naturaleza del creyente a partir de la salvación presente y la certeza de ser salvos, es muy útil para hacernos más humildes y misericordiosos. De manera que si hay que tomar la vara para aplicar disciplina, lo haremos como el apóstol lo enseñó:

 “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” Gálatas 6:1

 El considerarse “a sí mismo” significa reconocer que también en nosotros mora el pecado, por lo tanto, necesitamos ser salvados cada día del poder del pecado para no perder la certeza de ser salvos. Por lo general somos especialistas en lapidar y aconsejar sin misericordia a aquel que ha sido herido por el pecado. A veces llegamos a ser tan impertinentes como los amigos de Job.

 Pablo llegó a exclamar: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? El estudio de la salvación presente conlleva descubrir quiénes somos ahora (presente), miserables pecadores necesitados de la gracia de un Salvador presente. Hay un pasaje paralelo donde el mismo apóstol Pablo dice:

 “…esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;  el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” Filipenses 3:20-21

El llegar a considerar nuestro cuerpo miserable y humillante, es una obra exclusiva de Dios por medio de su Santo Espíritu, el cual opera en conjunto con la escritura, ya que ella es quien nos revela la actual naturaleza, y nos presenta la gracia de la salvación presente. Esto nos trae consolación y certeza de ser salvos. Pablo, el gran apóstol, nos confiesa que tenía las mismas luchas que tenemos Ud. y Yo, y de la misma forma, exclamamos como él ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Es en esa desgarradora exclamación donde se eleva la pregunta que pone a prueba nuestra certeza de ser salvos, y cuya respuesta que la afirmará cual pedernal, debe ser la misma que dijo el apóstol:

“Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” Romanos 7:25ª

 Recuerdo una ilustración que se presentaba respecto a las memorias de Martín Lutero. Se dice que una noche Satanás se acercó a Martín Lutero y le enseñó una lista larga de todos sus pecados: la avaricia, el orgullo, la lujuria, y muchos más. Pero Martín Lutero le dijo: -Satanás. . .te quedaste corto. También debes apuntar este pecado y estos más, y le fue dando a Satanás unos pecados más para agregar a la lista. Finalmente, le dijo: ahora pon una cosa más al pie de tu lista: “La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado… “. 1 Juan 1:7Y Satanás huyó.

 Cuando nos sometemos a lo que la infalible Palabra de Dios nos enseña, a satanás no le queda otra alternativa que huir. Así lo confrontó Cristo en la tentación del desierto:

 “Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. Entonces el diablo le dejó” Mateo 4: 10-11

 La tentación a la duda y a la perdida de la certeza de la salvación debe ser confrontada con la sola escritura, ahí sí que hay certeza y seguridad objetiva. Satanás huye de la Palabra de Dios, pero insiste tenazmente frente a argumentos puramente humanos y subjetivos.

 “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” Santiago 4:7

 Es la experiencia que vive cada creyente, y que solo por el testimonio de la santa escritura podemos hacer frente con firmeza objetiva, tal cual lo hizo Cristo, Pablo o Lutero, pero que a veces, por descuido u orgullo humano, la enfrentamos con una posición subjetiva que socavará completamente la certeza de ser salvos. No en vano la sagrada escritura nos enseña que el Espíritu de Dios nos confirma que somos de Dios, y es justamente esa palabra la que debe sonar fuerte en nuestro corazón y mente de manera constante.

 “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” Romanos 8.16

 Elevo con firmeza la enseñanza de que el creyente no ama el pecado y desea ser redimido cuanto antes de la presencia del pecado, pero también afirmo que el pecado mora en nosotros y que cada día necesitamos de la gracia de un Salvador presente que con su sangre nos limpia de todo pecado. Esto fortalece la certeza de ser salvos y hace huir al enemigo.

 Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo le ayude a entender este importante tema. Que así sea. Amén.

 PEL 11/2014

Categorías: Estudio

2 comentarios

María Rubina Jeldes · 24 de noviembre de 2014 a las 20:32

¡Gracias a Dios! que sólo por su Amor y Misericordia somos salvos, no por nuestros méritos. ¡Qué triste que muchos hermanos no tengan la seguridad de la salvación!. A compartir el tema y enseñar las verdades bíblicas.

Leyla · 6 de diciembre de 2020 a las 08:08

Que maravillosas verdades nos han sido reveladas a través de la Palabra de Dios.
Gracias hermanos por dedicar su tiempo al estudio serio y profundo de las Escrituras y desarrollar estos estudios que tanto nos edifican e instruyen en la Palabra.
La verdad nos hace libres!!!.

Libres incluso de nuestras propias incertidumbres y pensamientos que de no tener clara estas verdades nos llevarían como el viento… De un lugar a otro, siendo por lo mismos Cristianos estériles y estancados.

Pero gracias sean dadas a nuestro Señor por su palabra…. Y por hermanos como ustedes que tanto edifican nuestras vidas con estos estudios…
Cristo viene!!!

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