“Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” Juan 6:60
Esta declaración de “los muchos”, es una viva radiografía del corazón del hombre natural que no desea ser descubierto en su pecado e indigencia espiritual.
El Señor Jesús venía de alimentar a multitudes en un hecho extraordinario. Miles de personas buscaban a Cristo esperando la multiplicación de alimentos y las bendiciones de Dios, mas cuando los labios potentes del Salvador se abrieron entregando su categórica y absoluta Palabra, las mismas muchedumbres que estaban dispuestas a hacerle rey, lo abandonaron y ya no anduvieron mas con él.

Esta ola de deserción, atrajo inclusive a los mas cercanos, quienes expresaron aquella clásica frase que leemos arriba. No obstante, El Señor les responde:

“¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67)

Pero, ¿Qué fue lo que tanto ofendió a las multitudes? ¿Cual fue la Palabra que tanto decepcionó a la muchedumbre que se gozaba en las bendiciones del Señor?

La Biblia es clara en precisar cual fue la Palabra que caló a esta turba de hombres y mujeres que estaban dispuestos a gozarse en el Señor, pero a huir de su Palabra:

“Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él”
Juan 6:65-66

Como leemos, descubrimos aquella palabra que anula los esfuerzos humanos y la vanagloria del hombre. Es esa declaración del Eterno, que expresa que todo se realiza exclusivamente a través de su soberana decisión. No hay algo que ofenda mas nuestro orgullo pecaminoso, que la soberanía de Dios.

Los hombres pueden aceptar al Dios misericordioso, benevolente, que alimenta, que da vida y que levanta al paralítico, mas una cosa no aceptan del El: Su soberanía.

Amados, meditemos en esta semana acerca de este tema que tanto hace falta en medio de nuestras iglesias. Nuestro Cristo es Rey y hace lo que El quiere y nosotros sus siervos que debemos obedecer.

PEL2006

 

 


1 comentario

Gabriela · 7 de abril de 2018 a las 15:16

Gracias a Dios por revelarnos Su majestad. Miserable de mí, quién me quitará este cuerpo de muerte…

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