Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Romanos 8:24

Quizás la palabra “esperar” es una de las tantas que resistimos y aborrecemos; de verdad que a nadie le gusta esperar. Todo lo deseamos rápido y de manera instantánea. Estamos viviendo un tiempo en donde todo el mundo es amigo de lo instantáneo. Tanto es así que podríamos llegar a la insensatez de orar a Dios diciéndole: “…Señor dame paciencia, pero dámela ahora…”

A diferencia de esta lógica humana que solo concibe la paciencia como un resultado de una operación inmediata, las santas escrituras nos enseñan que la paciencia es producto de las tribulaciones, y es además factor de prueba, para finalmente producir esperanza, lo cual podríamos graficar de la siguiente manera: Tribulación  Paciencia  Prueba  Esperanza

“…sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” Romanos 5:3-4

Esta secuencia divina tiene el soberano propósito de proyectar nuestra vida en esperanza. No podemos vivir en esperanza, si antes no experimentamos necesariamente las tribulaciones, la paciencia y la prueba. Pero no es menos cierto que a nosotros no nos agrada esto. Todo lo queremos “aquí y ahora”; y en definitiva el hombre ha pretendido rebajar el evangelio a esta premisa puramente humanista que pondera solo el bienestar terrenal e instantáneo. De ahí que el evangelio se ha transformado en un “ofertón”; se dice: ¿Tienes problemas de salud, de dinero o de amor?…entonces ¡Ven a Cristo y él solucionará tus problemas!… ¡Cristo es la única solución! Pero la biblia enseña algo muy diferente. Nuestras oraciones muchas veces solo anhelan el “sí” de Dios y se rechaza el “no” y se repudia el “espera” del Soberano. Esto me hace recordar aquel texto que nos enseña un principio tan diametralmente opuesto a nuestra óptica:

“Guarda silencio ante Jehová, y espera en él” Salmos 37:7

Se hace necesario reivindicar el verdadero sentido de la devoción, ya que muchas veces, en lugar de guardar silencio ante Dios y rendirnos en la esperanza de su respuesta, pedimos, clamamos y a veces, insolentemente exigimos al Señor respuestas rápidas, instantáneas y favorables. Pero el salmista inspirado por el Espíritu de Dios nos instruye a que debemos callar ante de Él y esperar.

Algunos recordaremos las enseñanzas falsas del coreano Yonggi Cho cuando en la década del noventa enseñaba su novedosa técnica de oración en la esfera de la “cuarta dimensión”; “pomada” que fue comprada por muchos feligreses de iglesias evangélicas, ya que la oferta era: oraciones con respuestas rápidas e instantáneas a través del uso de técnicas de la nueva era, como la visualización y la confesión positiva. Este caldo de cultivo dio paso a una nueva versión teológica de un “dios” que sirve a sus criaturas, las cuales exigen respuestas rápidas e instantáneas “aquí y ahora”. Evidentemente que ante esta falsa doctrina, la pura enseñanza apostólica de la “esperanza” quedó relegada. El pasaje selecto que encabeza este articulo habla de esto. Nuestra salvación no se ha de sustentar solamente en lo presente, sino que en la esperanza de gloria. Ahora bien, es importante entender que esta esperanza es invisible; no es tangible ni de aristas palpables; es la descripción más pura del “motor” que sustenta y mueve a los creyentes, cuyo nombre es la “FE”. En primer lugar vamos a definir la “fe” usando solamente la escritura:

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” Hebreos 11:1

La biblia enseña que “el Justo por su fe vivirá” (Hab.2:4, Rom. 1:17, Gal. 3:11, Heb. 10:38). Cada creyente es un “justo” gracias a la declaración legal del “Juez”, quien imputa justicia al indigno pecador solo en los méritos de la obra de Cristo en la cruz. Estos son los llamados “justos” que viven por fe, es decir, su vitalidad radica en la esperanza.

El texto define la fe en su primera parte como la “certeza” (ὑπόστασις – hypostasis) de lo que se espera. El original habla de “sustancia o esencia” de lo que se espera. En palabras simples, la fe es la esencia cierta de lo que cada creyente “espera”. La pregunta más lógica después de este breve análisis debería ser: ¿Qué esperamos los creyentes?
Muchos están concibiendo la respuesta a esta pregunta, solo en el plano terrenal y presente, es decir, según ellos, los creyentes debemos esperar cambios y resultados instantáneos y de todo tipo “aquí y ahora”. Por ejemplo, si el asunto es salud, la fe debería ser “salud inquebrantable y presente”; si el asunto es trabajo, la fe debería traducirse en “trabajo con prosperidad económica”, etc. Pero el evangelio legado por nuestro Señor Jesucristo nunca tuvo una óptica terrenal e instantánea, al contrario, siempre su proyección fue en esperanza futura. El presente es de aflicción. El Señor dijo:

1) “no se turbe vuestro corazón…vendré otra vez” Juan 14: 1-3

2) “…en el mundo tendréis aflicción” Juan 16: 33

Por su parte los apóstoles hablaron de la misma forma:

1) “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” Romanos 8:18.

2) “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor…Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” Santiago 5: 7-8

3) “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” 2 Pedro 3:13.

Estos textos entre tantos otros, ponderan absolutamente la fe como la esencia de nuestra esperanza futura y no presente. Porque si fuera presente, entonces ¿a qué esperarlo?

La segunda parte de la descripción de la fe de Hebreos 11:1, dice “…la convicción de lo que no se ve”. La palabra “convicción” (ἔλεγχος – elencho) habla de “demostración o argumentación” que confirma que las cosas invisibles son ciertas. Es decir, para el creyente las promesas invisibles son férreamente demostrables con suficiente argumento y demostración basada en la sola escritura. Para el creyente, la convicción de lo invisible no es un asunto meramente intelectual o de dialéctica, sino que es un sello indeleble puesto en lo más profundo de su ser. De manera que aunque aparezca el más “acabado” de los estudios racionalistas y humanistas que pretenda socavar los pilares de la fe, el creyente permanecerá firme en su convicción y jamás dudará en quien ha creído, aunque ahora “no lo veamos” porque es invisible.

“…porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” 2 Timoteo 1:12

“para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” 1 Pedro: 1: 7-8

Por lo tanto, el concepto de que “el justo vive por fe” significa que vive en la esperanza (lo por venir, lo esperado) y no en lo presente ni en lo instantáneo. De esta manera podemos responder bíblicamente la pregunta realizada anteriormente: “¿Qué esperamos los creyentes? La respuesta es una y solo una: Esperamos el regreso de Cristo.

Esperanza y paciencia en el antiguo testamento.

Es realmente cautivante leer y meditar en la bendita esperanza de Job cuando dijo: “…“Yo sé que mi Redentor vive” Job 19:25a. Esta es una declaración que revela la certeza de esperanza y convicción de lo que no se ve. Es la confesión más pura y nítida de todo verdadero creyente; inmutable porque es la fe de Jesucristo que por gracia hemos recibido los salvos para nuestra justificación. Es un don de Dios (Efesios 2:8). Job en medio de la prueba y quebrantamiento, solo le queda hacer relucir aquello que no le pertenece, pero que lo ha recibido como gracia: la fe. Es la sola fe, aquella que lo sustentó hasta el final porque el “justo por la fe vivirá”. Este hombre fue vaciado de sus justicias propias, orgullos y supersticiones, y lo que se eleva luego del vaciamiento humano, es el motor y la vitalidad de todo creyente: La fe, es decir, la certeza de esperanza y convicción de lo invisible.

Pero vemos también contrastes en la manera de actuar de los creyentes del antiguo pacto debido a que ellos, al igual que nosotros, eran personas frágiles y débiles, sujetas a pasiones semejantes a las nuestras (Santiago 5:17). Cuando el hombre o mujer de Dios camina en su lógica y conveniencia, abandona el único camino y medio que nos lleva a la gloria, que es la fe. La esperanza de gloria es un camino largo que no queremos transitar porque somos amantes de lo inmediato y de lo instantáneo. Nuestra fragilidad nos lleva a no esperar en las promesas de Dios, y queremos cambiar el curso de la ruta mediante nuestras ideas y lógicas.

Esto es lo que ocurrió precisamente con Sarai, esposa de Abram. Dios prometió un hijo a través de su matriz estéril y longeva. La promesa era invisible, intangible e irracional. En la óptica humana la esperanza debía ser revestida de lógica y de racionalidad. ¿Cómo Dios va a “poder” hacer esto? Esta pregunta siempre está vigente en nuestro corazón perverso y engañoso.
Fue justamente Sarai quien manifiesta las afamadas dos risas delante de Dios; la primera, risa de incredulidad (Génesis 18:12) y la segunda Risa de alabanza (Génesis 21:6). El asunto central, es que Sarai abandona la certeza de esperanza y convicción de lo invisible, para andar en su propia lógica y racionalidad. Fue ella quien dijo:

“Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai” Génesis 16:2

La promesa de Dios era clara; de Abram vendría descendencia, y su esposa era Sarai. No había alternativa, ambigüedad ni imprecisión; no obstante, la vejez y la esterilidad de Sarai gatilló en ambos, la “incredulidad”; y abandonaron su propia certeza de esperanza y convicción de lo que no podían ver. En otras palabras, no esperaron según la promesa de Dios y desearon los resultados presentes e instantáneos. Abram “oyó la voz de su mujer”, se acostó con Agar la sierva de Saraí, y llego Ismael, pero él no era el hijo de la promesa. Este error ciertamente trajo consecuencias.

Es importante precisar que el versículo anterior (V1a) dice: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos…” Por esto podemos inferir con toda seguridad que ellos esperaron la concepción, pero no llegaba. El asunto es que el tiempo nuestro no es el tiempo de Dios. Ahí es donde todos nosotros somos frágiles y nuestra fe es probada como el oro en el crisol. A pesar de la incredulidad de ambos, la fiel promesa del Todopoderoso seguía vigente, y terminó por cumplirse tal cual Él lo había decretado. Sarai concibió milagrosamente y dio a luz el hijo de la promesa.

La certeza y la convicción de aquella esperanza que no se ve, se deja ver en otro frágil hombre de Dios llamado Noé. La biblia enseña que Noé halló gracia ante los ojos de Dios (Génesis 6: 8) que equivale a decir, que Dios le llamó para salvación y fue justificado por la sola fe. (No por méritos)

Noé tenía que construir un enorme arca que sería el refugio solo de algunos, durante aquel período de diluvio que vino sobre la tierra como muestra del juicio de Dios. Se estima que la construcción tardó aproximadamente 120 años, tiempo en que sin duda la fe de Noe fue probada ante un mundo incrédulo que nunca había experimentado la lluvia ni cosa semejante. La certeza de la esperanza y la convicción de lo invisible, mantuvo firme a este hombre de Dios construyendo pacientemente aquella nave de salvación, creyendo que la Palabra de Dios definitivamente se iba a cumplir. La biblia dice:

“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” Hebreos 11: 7

Es muy interesante considerar la frase que dice: “cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían” .La fe conlleva precisamente aquello; cosas invisibles que solo el creyente las concibe como certeza de esperanza. Es por esta razón que Pablo llegó a decir que la palabra de la cruz es locura para los que se pierden (1 Corintios 1:18). El hombre incrédulo no tiene fe, y su corazón perverso y engañoso solo produce incredulidad, esto explica el por qué la gente rechaza el evangelio, y a menos que El Señor abra el corazón al pecador y le otorgue la fe como único medio de salvación, el inconverso “no puede” creer.

Noe halló gracia ante los ojos de Dios, y como resultado recibió el don llamado fe, que le capacitó para creer en las promesas de Dios; aquellas cosas que para el hombre está en la esfera de la irracionalidad. Eso es lo que hace la fe, permite al creyente tener certeza de esperanza y convicción de las cosas que no se ven.

Después que Noe entra al arca, aún debió esperar siete días más para que las aguas del diluvio llegaran sobre la tierra (Génesis 7:10). Su fe hasta el último momento fue probada; quizás dudó en su propia fragilidad de hombre, o tal vez tuvo que lidiar con los argumentos de su familia quienes no veían nada de lo que Dios había prometido, etc., no obstante, la promesa se cumplió, y el diluvio se desató después de aquellos siete días de espera dentro del arca, tal cual el Todopoderoso lo había advertido. Noe fue salvo en esperanza.

Esperanza y paciencia en el nuevo testamento.

El nuevo testamento revela la gracia y la verdad por medio de Jesucristo (Juan 1:17). Ya no eran sombras, símiles o emblemas de la verdad, sino que la “imagen misma de las cosas” (Hebreos 10:1). Nuestro Señor Jesucristo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15), aquel que transitó por más de treinta años en este mundo y que nos legó la bendita esperanza de vida eterna.
Es el mismo que advirtió a los suyos, a tener paciencia porque en el mundo tendríamos aflicción (Juan 16:33); que dijo que “si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?” (Mateo 10:35); que además nos exhortó a que no se turbara nuestro corazón porque hay una promesa que es futura (Juan 14:1.3), y también enfatizó que su reino no era de este mundo (Juan 18:36) Es tiempo de preguntarnos, ¿Cuál es la fe en El Señor Jesucristo? ¿Qué estamos esperando? La fe es una sola; como dice Efesios 2:8, es el medio para obtener salvación por gracia. Acá no hay mérito que valga, porque todas las obras de los hombres, por más excelsas que parezcan, son como “trapos de inmundicia” y abominación delante de Dios (Isaías 64:6, Lucas 16:15). Por lo tanto, la fe que justifica al impío, es un regalo de Dios.

Algunos enseñan que solo la gracia es el regalo de Dios, pero que la fe no lo es. Por consecuencia, insisten aquellos, Dios ofrece salvación gratuita, pero es el hombre “quien debe poner su fe” para recibir aquel regalo. La verdad que esta posición se desmorona como un castillo de naipes al considerar muchos pasajes que entran en conflicto con esta teología. En primer lugar, la biblia enseña que el hombre está muerto en sus propios delitos y pecados (Efesios 2:1), es decir, no tiene vida espiritual; por lo tanto, para acudir al Salvador es imprescindible que primeramente Él le de vida al pecador, tal cual el propio texto de Efesios lo señala:

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” Efesios 2:1

En Segundo lugar, la escritura enseña que el hombre no puede venir a Cristo, si antes, no hay una acción soberana de Dios para atraerle a Él (Juan 6:44). En tercer lugar, nadie en sentido natural (no regenerado) puede hacer algo bueno, buscar a Dios o entender las cosas espirituales (Romanos 3:10-12, 1 Corintios 1:14) y en cuarto lugar, ninguna criatura puede atender y comprender el evangelio, si El Señor no abre previamente el corazón del pecador (Hechos 16:14, Lucas 24:45).

Estos textos entre tantos otros, dejan al descubierto que el hombre natural (no regenerado) no puede creer en Cristo porque la voluntad humana es huir de la presencia de Dios (Génesis 3: 7-8) Por consiguiente, la fe también es parte del don de Dios. La buena exegesis de Efesios 2:8 determina que tanto la gracia y la fe que hace salvo al pecador, es un “don de Dios”; Eso sí que tiene armonía con toda la escritura. La biblia dice:

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

Ahora bien, entendiendo que la fe es un don de Dios y que nos permite creer en Él y en la obra todo suficiente de Cristo en la cruz del Gólgota, debemos analizar la proyección de esta certeza y convicción que Él ha puesto en los corazones de cada creyente. Ante la pregunta ¿Qué estamos esperando?, es necesario observar algunos pasajes y episodios de la vida de Cristo, que dejan ver esa respuesta.

¡Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado!

Estas fueron las primeras palabras de nuestro Señor Jesucristo cuando iniciaba su ministerio terrenal. Note que el evangelio puro no es una invitación ni menos una rogativa a sus criaturas, como se estila hoy, sino que un imperativo divino a obedecer, y solo aquellos a quienes El Soberano les abra el entendimiento y les dé “oídos para oír”, obedecerán para salvación. Nos guste o no, esto es lo que puramente enseña la escritura sin acomodaticios ni especulaciones humanistas. El imperativo del evangelio puro, es una realidad presente, pero que se proyecta hacia el futuro. El pecador obtiene redención de la pena del pecado en tiempo presente, pero su redención final será en el futuro cuando definitivamente ocurra la glorificación.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” Romanos 5:1-2

Este texto nos enseña que la justificación por la fe, nos da la paz para con Dios. Es la irrefutable verdad de la reconciliación entre el hombre pecador y el Dios Santo. Esto ocurre el día de la conversión del pecador; cuando el Espíritu Santo le convenció de pecado y le hizo morada de Dios. Es el momento cuando se establece la salvación de la paga o condenación del pecado. En otras palabras, el pecado ya no puede condenar a un hijo de Dios, porque judicialmente ya ha sido declarado justo mediante un decreto irrevocable. Esta es la salvación pasada la que nos redime de la paga o condenación del pecado.

Ahora, Romanos 5:2a nos dice que una vez que ya hemos recibido la justificación por la fe en Cristo Jesús, tenemos entrada a “esta gracia en la cual estamos firmes”. Es decir, aquí comienza a revelarse el concepto de la salvación presente; aquella que nos libra del poder del pecado. Ya somos salvos por medio de la justificación, pero en el tiempo presente somos continuamente salvados por su gracia porque la sangre de Cristo no solo se aplicó para lavarnos de nuestros pecados pasados, sino que continua siendo eficaz para limpiarnos ahora de nuestros pecados presentes.

“…la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” 1 Juan 1: 7

Finalmente, podemos observar que la segunda parte de Romanos 5:2b dice que “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”, lo que nos enseña el concepto de la salvación futura que nos redime de la presencia del pecado. Ahí seremos definitivamente transformados y nunca más tendremos relación con la naturaleza caída por causa del pecado.
De manera que la salvación se manifiesta eficazmente en todo el plano temporal; la fe para el pasado, la gracia para el presente y la gloria para el futuro. En resumen, el evangelio completo, incluye el plano temporal (pasado, presente y futuro) pero también el plano eterno; lo porvenir. Y no podría ser de otra forma ya que la fe es “certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve”.

No podemos hablar de fe sin proyectarnos al futuro. Nuestro Señor Jesucristo hablo de “….el reino de los cielos se ha acercado”. Evidentemente, era el propio Rey quien pregonaba la venida de su reino; no obstante, aquel reino aún es un evento futuro y lo aguardamos con fe como una bendita esperanza.
La enseñanza del Señor Jesús respecto a la oración, tenía este sello de proyección hacia la esperanza de gloria. Es cierto que él nos dijo que teníamos que pedirle al Padre con confianza, pero no es menos cierto que el orden de la oración manifiesta prioritariamente la esperanza futura del reino.

“Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” Mateo 6:9-10

“Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” Mateo 6:33

Notemos que el encabezamiento de la oración modelo que el propio Cristo nos deja como legado, habla de la alabanza a Dios y del deseo de la venida del reino de Dios. Es la bendita esperanza del porvenir del creyente; más allá de los intereses temporales y presentes. Mucho se ha hablado de este “reino” y posteriormente a la muerte del último de los apóstoles, algunos enseñadores influenciados por la “sabiduría” de Alejandría llena de instrumentos especulativos y alegoría, comenzaron a proponer alternativas de un “reino presente” sin interés en cultivar la esperanza de proyección futura. Muchos de aquellos “cansados de esperar” promovieron el concepto de “reino aquí y ahora” como sustituto a la bendita esperanza futura que la biblia enseña.

Como revisamos anteriormente el ejemplo de personajes de la historia bíblica, la fe conlleva la prueba de aquella certeza de esperanza y convicción de lo invisible. El hombre de Dios se ha visto entre victorias y fracasos frente a la fe. Todos los hombres de alguna manera dudan y se “cansan” de esperar. El salmista, decía de manera honesta y entrañable:

“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?… ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío” Salmos 42: 1-5

Note que la consolación de Dios ante un creyente frágil y en medio de dudas, se manifiesta en la palabra “esperanza”; “….Espera en Dios…” decía el salmista. El creyente no sustenta su fe en lo presente, es más, aquello es negar la sustancia de la esperanza; porque lo que se ve ¿a qué esperarlo? La biblia dice que el presente es tiempo de aflicción, por lo tanto, cada hijo de Dios se alienta en las promesas venideras y su óptica debe siempre estar orientada hacia allá. La fe es aquel “motor que nos impulsa” a mirar más allá de lo presente y de lo temporal, para alentarnos con la esperanza de gloria.

El Señor Jesucristo siempre proyectó su reino hacia el futuro y en esa perspectiva se iba a sustentar la fe de cada creyente, sea su pueblo terrenal Israel o su pueblo espiritual la Iglesia. Ambos se alimentan, se alientan y se gozan en las promesas venideras y no en las temporales ni presentes.

“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” Hebreos 11: 24-26

Este texto es muy decidor, porque descubre la mentira presumida de la teología del “reino ahora o dominionismo” y eleva de manera gloriosa la esperanza de gloria de la legítima iglesia de Cristo. Mientras muchos pregonan que el reino de Dios es “aquí y ahora”, la biblia es muy abundante en enseñar que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
A juzgar por nuestro defectuoso corazón humano, Moisés tenía todo para realizarse y “ser feliz”. Era llamado el “hijo de la hija de Faraón”. Poseía ni más ni menos que un título “nobiliario”; poder, vida acomodada y un futuro promisorio. Lo mismo que anhela la llamada iglesia evangélica actual.
Pero como bien sabemos, Moisés era un escogido de Dios, y su fe lo llevaba a mirar más allá de lo temporal y de lo presente, porque la fe es la certeza de esperanza aun no siendo visible. Dice el texto que Moisés tenía puesta la mirada en el galardón; en lo porvenir, en el futuro; en la gloria.
Solo la fe verdadera hace que un creyente escoja antes, ser maltratado con el pueblo de Dios que gozar de los deleites temporales del pecado, y preferir la burla e ignominia por causa del evangelio, que ser reconocido en el poder temporal de este mundo.

El Señor Jesucristo señaló de manera categórica que su “reino no es de este mundo” (Juan 18:36), por lo tanto, la fe ha de proyectarse hacia el porvenir de gloria que Él ha preparado a los que aman su venida (2 Timoteo 4:8b)

Por su parte, los apóstoles nos dejan un tremendo legado respecto de la gloria venidera. Pablo no solo anhelaba la venida de Cristo, sino que estaba seguro que no vería muerte, y que sería protagonista del arrebatamiento y de la gloriosa transformación de su cuerpo en aquel encuentro en las nubes.

“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” 1 Tesalonicenses 4: 15-18

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” 1 Corintios 15: 51-52

En ambos pasajes, Pablo se incluye como aquellos que no verían muerte sino que serían arrebatados y transformados. El usa la expresión “…los que vivimos, lo que hayamos quedado“, “…no todos dormiremos…nosotros seremos transformados” Si esto no es vivir en esperanza, de verdad y honestamente no sé cómo definir la perspectiva de vida y esperanza de este hombre llamado Pablo. Él llegó a decir que gemía por la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8: 23) y gemía con angustia por la glorificación de su cuerpo (2 Corintios 5: 4, Filipenses 3: 20-21) Este es el legado apostólico, amar la venida de Cristo porque nuestra fe nos proyecta en esperanza.

“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” 2 Timoteo 4: 6-8

Esperanza y paciencia en la historia de la iglesia.

Como bien sabemos, posteriormente a los apóstoles emerge una escuela de pensamiento hibrida entre la filosofía de Alejandría y el legado apostólico; utilizando la alegoría como parte de las reglas de interpretación de las escrituras, la esencia de “salvación en esperanza” gradualmente se fue distorsionando hasta llegar a la lamentable doctrina del dominionismo. El dominionismo (reino) consiste básicamente, en la concepción de una teología que promueve la influencia que la iglesia debe tener sobre la sociedad, gobierno civil y toda entidad rectora. En palabras simples, buscar la conquista del poder temporal o reino. Esto me trae a la memoria la oferta tentadora que satanás le presentó al Señor:

“Otra vez el diablo le llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adoras” Mateo 4:8-9

Jesús nunca busco el reino temporal, ni tampoco legó la enseñanza de buscarlo. Con esta idea de redención, la llamada iglesia progresivamente se fue alejando de la esperanza en el regreso de Cristo exclusivamente, y se acercó cada vez más al obstinado desafío de construir el reino de Dios aquí y ahora. Con esta teología, se eliminó la enseñanza pre milenarista que las escrituras literalmente enseñan, y se sustituyó por la doctrina dominionista del reino presente y temporal. Es importante señalar que esta doctrina es el eje rector del catolicismo Romano, y que se basa principalmente en las enseñanzas de Agustin de Hipona. Todo el sincretismo y la síntesis de ideas heredadas de filósofos como Amonius Saccas, Orígenes y Agustin, fue el cúmulo intelectual que produjo un nuevo impulso que le dio sentido a una alicaída iglesia que se “cansó” de esperar en las promesas de Cristo y de los apóstoles, entusiasmándose con una nueva carrera hacia la conquista del reino que les daba razón a su existencia. De aquí podemos inferir que el contemporáneo concepto de “iglesia con propósito” no es una idea innovadora creada por el afamado predicador norteamericano Rick Warren, sino que es la antigua escuela filosófica dominionista de la iglesia de Roma. Para sostener esta doctrina, fue imprescindible eliminar del plano profético a Israel como pueblo terrenal de Dios y en su lugar, situar a la iglesia en esa posición; para lo cual, se torcieron las escrituras utilizando la alegoría como método de interpretación. Como vemos, la historia de la iglesia presenta un origen con aquella enseñanza dominionista, eliminando definitivamente la bienaventurada esperanza del regreso de Cristo y del establecimiento de su reino milenial (Apocalipsis 20:4).

Por supuesto que nadie que desee estudiar el origen y postulado esencial de la iglesia católica, podrá excluir en su análisis a Agustin como base de toda esa maquinaria religiosa romanista. Lamentablemente el movimiento de la reforma no logró la total separación de la iglesia protestante, de los pilares dominionistas del romanismo. Lutero y los demás reformadores, aunque reivindicaron maravillosamente las doctrinas de la justificación, mantuvieron la teología del reino en armonía con lo que postuló Agustín, es decir, la iglesia reemplaza a Israel y por lo tanto, debe conquistar el reino temporal. Desde allí, se mantiene toda una herencia que llega a nuestros días con un actual nuevo impulso dominionista que niega con ello el arrebatamiento de la iglesia y el reinado futuro del Mesías; en consecuencia, se predica una “fe” presente y temporal.

Pero El Señor en su misericordia, levantó años más tarde a hermanos desde aquel fermento de nuevas ideas religiosas, filosóficas y escuelas de pensamientos diversas. Fue aquel movimiento de “los hermanos” que permitió una nueva revisión de los principios apostólicos respecto a la esperanza de gloria de la iglesia, la que evidentemente distaba mucho de la teología de Agustín y de sus fieles seguidores. Es así como el movimiento de los hermanos, reivindicó por las escrituras, la verdadera posición de Israel como pueblo terrenal de Dios y de la iglesia como pueblo espiritual. Uno con promesas y recompensas terrenales (Israel) y el otro con promesas y recompensas celestiales (La iglesia). Con esta enseñanza, los creyentes retornan al antiguo y clásico mensaje apostólico de salvación en esperanza, reviviendo con ello la olvidada salutación de los santos: “maranata” (μαρὰν ἀθά) que significa “El Señor Viene”, elevando una vez más la esperanza de la iglesia en la proyección futura, y no en lo terrenal ni temporal. En otras palabras, muchos hermanos nuevamente comienzan a amar y esperar el regreso de nuestro Señor Jesucristo.

Amados hermanos, hoy se habla cada vez menos de la venida de Cristo en las congregaciones cristianas. Hay muchos que dicen que ese es un tema del pasado, del tiempo apostólico, etc. Hay otros que califican de “ratas” * a quien anhelan el regreso de Cristo, y la gran mayoría dice que ahora debemos hablar de la misión que la iglesia debe cumplir en la tierra y de cómo trasformar al mundo mediante la conquista de los poderes temporales.

Este breve artículo nunca será suficiente para hablar todo lo que respecta a nuestra bienaventurada realidad de haber sido “salvos en esperanza”. Hemos revisado parcialmente lo que significa la fe: “certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve”. No obstante, los tiempos finales tendrán un sello que tiene que ver precisamente con el desapego de esta bendita esperanza de gloria. Tanto así, que el propio Señor advirtió:

“…cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Lucas 18:8

Este texto podríamos perfectamente leerlo de la siguiente manera: “cuando vuelva Cristo, alguno le estará esperando? El que lea entienda. Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos ayude a amar su venida y a vivir agradándole a Él mientras esperamos su regreso. Que así sea. Amén.

Maranata!

PEL10/2015

Categories: Estudio

1 Comment

ricardo · 21 de octubre de 2015 at 08:07

Hola,Paz de Cristo amados hermanos, si realmente de corazón reconociéramos que somos extranjeros y peregrinos y que nuestra patria está en los cielos, gracias por su estudio una bendición!!!.Romanos 13:11 Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. MARANATA !!!!

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