La biblia presenta a Dios de propósitos. Nunca su llamamiento santo carece de un plan o proyección determinada.
Así fue desde el comienzo de la humanidad y así será en el futuro. Dios crea al hombre y a la mujer con un propósito y objetivo definido:

“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” Génesis 1:28

De la misma manera que la creación del hombre y de la mujer tenía un propósito específico, así también ocurrió con los hombres a quienes Dios llamó posteriormente. Noé fue llamado para hacer aquella colosal arca, Abraham para ser el padre de la nación de Israel, Moisés para dirigir la liberación del pueblo, Josué para conquistar la tierra prometida, etc. etc. Todos los llamados tuvieron, tienen y tendrán un propósito por el cual fueron convocados por El Soberano. El apóstol Pablo presenta esta realidad indiscutible de la siguiente manera:

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” Romanos 8: 28

El texto señala que los llamados están dentro de un propósito definido soberanamente por Dios, y es por eso que todas las cosas que ocurran en ese proceso, será conforme al desarrollo del plan divino. En otras palabras, podemos decir que El Señor nos llama “para algo” y ese “algo” es el que nosotros debemos descubrir. Es evidente que lo primero que Dios revela en su propósito, es querer salvarnos de la condenación del pecado, no obstante, una vez que ya estamos en Cristo, es decir, ya somos salvos por la gracia por medio de la fe en el sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Dios nos entrega los propósitos y objetivos de nuestro llamamiento. En el caso del propio apóstol Pablo, su situación personal con el Salvador, tiene unas aristas muy claras e ilustrativas para nuestra enseñanza. Bien sabemos que Saulo de Tarso era un acérrimo perseguidor de la iglesia en el comienzo del cristianismo, sin embargo, camino a Damasco cuando él mismo se aferraba a la convicción de que asolando a la iglesia estaba sirviendo a Dios, experimenta un glorioso encuentro personal con Jesús que terminaría por cambiar completamente su vida.
Es en esa experiencia cuando la mente y el corazón de Saulo fueron sometidos a una profunda cirugía por las manos del mismo Cristo y fueron revolucionadas sus ideas y convicciones, sus anhelos y sus metas, hasta llegar al extremo de hacer la gran y trascendental pregunta: Señor ¿Qué quieres que yo haga. En esa pregunta de Saulo, se revelan dos elementos indiscutibles, la rendición incondicional ante El Señor y la sumisión a su propósito soberano. Ya no eran las convicciones de Saulo u objetivos que lo movían, sino que aparecía el nuevo anhelo de hacer lo que su Señor tenía preparado para él.
Esa es la tónica de todo legítimo hijo de Dios. El cristiano verdadero desea agradar a su Señor y desea cumplir el propósito por el cual Dios le llamó. Por lo tanto, es muy necesario que cada creyente en Cristo, haga esta solemne pregunta entre clamor y lágrimas: Señor ¿Qué quieres que yo haga?
La vida del creyente no consiste en ser servido, sino que en servir. A veces ocurre exactamente lo contrario.
Muchas personas creyentes buscan ser servidas y por lo tanto sus anhelos apuntan a encontrar un lugar placentero y agradable, y a la más mínima incomodidad migran hacia otros destinos. Nunca se someten al Señor ni le preguntan ¿Qué quieres que yo haga?
Lamentablemente hay muchos hermanos que viven años como nómadas, nunca echan raíces en ningún lugar, nunca han puesto su don en servicio de nadie, son como aves errantes buscando aquel nido ideal que les agrade en todo. Eso no debe ser, ya que nuestro llamado tiene un propósito. Dios nos ha otorgado con al menos un don espiritual para poner en servicio de la iglesia. Es el momento de meditar en esto y dejar la religiosidad de lado, entendiendo que tenemos una misión específica en nuestro tránsito como creyentes por este mundo.

“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” 1 Corintios 12: 7

El apóstol Pablo nos presenta tres capítulos en la primera carta a los Corintios que hablan de los dones espirituales; los capítulos 12, 13 y 14 instruyen acerca de la necesidad de que los dones espirituales deben ser puestos en servicio para provecho común, es decir, para la edificación del cuerpo de Cristo. El propósito de Dios nunca señala el beneficio propio, sino que la del otro. En otras palabras, los creyentes debemos preguntarnos constantemente cual es el propósito de nuestro llamamiento.
Evidentemente, siempre han existido personas que mantienen guardado e inactivo el don que Dios les ha dado, y conciben o han transformado a la iglesia exclusivamente en un salón de conferencias. La gente va, escucha, medita y retorna a sus hogares sin experimentar el servicio de los dones hacia los demás y de cumplir con el propósito de Dios.
En este esquema de reuniones totalmente al molde religioso universal, la gente se enamora de la retórica o de la erudición del predicador, pero nunca viene a ser el cumplimiento de proyectos y metas que Dios ha establecido en cada individuo que ha sido llamado. Pablo le decía a Timoteo:

“Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” 2 Timoteo 4:5

La palabra ministerio proviene del mismo vocablo griego que significa servicio. Al igual que la exhortación de Pablo a Timoteo, nosotros debemos acoger esta invitación y mandamiento de cumplir con nuestro servicio y propósito por el cual fuimos llamados. La iglesia no es un salón de conferencias ni un centro de entretenimiento para pasar un rato agradable y ameno. La iglesia es un centro de reclutamiento y entrenamiento de los soldados de Jesucristo que se preparan y capacitan para la batalla diaria, es el cuerpo de Cristo cuyos miembros se sirven mutuamente para crecer juntos y esperar al Salvador, es la congregación de los santos apartados para ser redimidos y glorificados para ese encuentro tan anhelado en el aire con nuestro Señor Jesucristo (1Tes.4).La vida del creyente no debe ser como la de un vegetal inanimado que cada día domingo reserva una butaca para escuchar al predicador y olvidarse que tiene una responsabilidad de servicio con sus hermanos.
Es cierto que hay hermanos que por razones entendibles o imponderables, no pueden estar frecuentemente sirviendo en la iglesia a sus hermanos, no obstante, hay muchos que no solo no sirven a sus hermanos, sino que exigen servicio y viven buscando el beneficio y el agrado propio. Nunca se niegan por nada y no les interesa apagar el Espíritu o afectar la convivencia de la congregación, ya que lo único que quieren es un lugar agradable, como si esto se tratara de un café al atardecer para quemar el tiempo. ¡Qué insulto al Señor! La iglesia no es un pub ni un club social en donde se hacen amistades y se crean simpatías; por el contrario, la iglesia consiste en llevar los unos las cargas de los otros, en soportarse en amor, en luchar por la obra, en tener paciencia tal cual el sembrador espera la cosecha, en perdonar al ofensor, en apoyar a los que dirigen y sobrellevar a los débiles. ¿Quién dijo que la iglesia es un lugar de recreación? ¿Quién concibió a la congregación como un salón de charlas o gimnasio para sentirse bien? ¡Que lejos de la realidad están los legítimos conceptos de la iglesia de Cristo!
Amados hermanos, por muy pequeña que sea nuestra obra, ministerio o labor en la iglesia, es necesario que nos empapemos de la convicción de que aquello es parte del propósito por el cual Dios nos llamó y nos puso en beneficio de otros. Nunca pienses que tu labor es solo hacer un número en un grupo oyentes de una reunión, ni concibas que Dios te llamó para estar sentado en una banca ociosamente para terminar mirando, cual fiscal, los errores de tus hermanos,
Dios te llamó con un propósito especifico y te capacitó al menos con un don espiritual (1Cor.12) para poner en servicio de los hermanos, por lo tanto, es menester y es tiempo que al igual que Saulo camino a Damasco, hagas la misma y trascendental pregunta: “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?”

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en Vano» 1 Corintios 15:58

PEL2010

Escuchar

Categorías: Devocional

1 comentario

Lucia · 21 de octubre de 2013 a las 12:36

Que gran enseñanza para mi muchas gracias!!!!

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *