Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados

Hebreos 12:15

El asunto de la amargura es muy serio y merece ser analizado a la luz de las sagradas escrituras. El texto presentado revela la evidente oposición que se manifiesta entre lo que es la gracia de Dios y las consecuencias de la amargura.

La biblia especifica que la amargura echa raíces y que eventualmente puede brotar hacia el exterior y lo mas grave, es que su estorbo produce  efectos nocivos que  no solo daña al portador de la raíz, sino que  a su entorno y a las personas mas cercanas.

El texto es completísimo, ya que se enmarca dentro de un hilo conductor que se mantiene dentro de toda la epístola a Los Hebreos y que muestra los argumentos que confirman la supremacía de la gracia de Dios por sobre la ley. Recordemos que los destinatarios de esta extraordinaria carta,  eran judíos que aún insistían en que la salvación era por medio del cumplimiento de estatutos y ordenanzas emblemáticas, y que no reconocían la preeminencia del Señor Jesucristo y su gracia.

Los hebreos aún ponderaban más la Ley y Moisés, en lugar que la gracia y la verdad que vinieron a través de Jesucristo (comp. Juan 1: 17), por  tal motivo, el autor de esta epístola dirigido por el Santo Espíritu de Dios, presenta con fuerza la superioridad de Cristo, sobre los profetas, sobre el sacerdocio, sobre Moisés y sobre los sacrificios de la ley.

No obstante a todo este cúmulo de elevados argumentos que establecen y certifican la superioridad de Cristo, los hebreos de antaño al igual que los del presente, insisten en que la salvación depende de cada individuo y no del dador de la misma. Por esta razón el argumento respecto a las raíces de amargura hace referencia al afamado Esaú quien, como bien sabemos, negoció su primogenitura por un plato de legumbres,  despreciando la gracia de Dios.

“…no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” Hebreos 12: 16

Lo que ocurrió con Esaú nos habla del desprecio que los hombres sienten por el favor desmerecido de Dios. Los hombres argumentan, elevan sus postulados, sus axiomas o teorías, dándole un cariz de racionalidad a la verdad absoluta de Dios, y terminan negociando a un precio mísero las invaluables virtudes de la multiforme gracia de Dios, suplantando su gloria por los meritos de los hombres, suprimiendo la gracia y desatando las obras para  generar esclavitud a aquellos que han sido libertados en Cristo.

Las consecuencias de este profano Esaú, todos las sabemos; un hombre amargado, lleno de raíces de amargura  manifestada en una  vida vacía, triste  y solo con hambre de venganza en contra de su hermano Jacob, sin dejar de mencionar su propia descendencia, los Edomitas, pueblo que al igual que su padre,  también acarreaba dicho lastre. La vida de aquel que desprecia la gracia de Dios, es una vida llena de raíces de amargura.

El serio problema que se deja ver luego de este análisis, es que los portadores de aquellas raíces de amargura, por lo general, son personan que militan entre las filas de los legítimos cristianos, y que al igual que los hebreos destinatarios de esta epístola que estamos analizando,
no soportan la sola gracia e introducen encubiertamente sus argumentaciones legalistas cuyo fin y conclusión,  es la exhibición y exaltación de los méritos humanos. Por consecuencia, la gracia deja de ser gracia, ya que el favor de Dios se debe merecer.

La sintomatología de personas portadores de estas raíces de amargura en medio de las congregaciones, es variada, pero es necesario detallar algunas:
1. Son personas que dicen tener una íntima comunión con Dios, pero la comunión con los hermanos es muy escasa y estéril.

2. Son personas muy serias y tienden a pensar que reírse es sinónimo de falta de madurez espiritual. Suelen apartarse de hermanos alegres y cordiales y rara vez los vemos cantando con alegría, porque dicen que es falta de solemnidad. Suelen apagar el espíritu, oponerse, criticar y generar desanimo en cualquier medida. No soportan ver reír a los demás.

  1. Hacen esfuerzos humanos para guardar su fe, pero no para glorificar a Dios, sino que para auto referirse estando en público, provocando con ello que las miradas no vayan a Cristo, sino que a sí mismo.

4. Suelen colar el mosquito, mirando la paja en el ojo de los hermanos, buscando la falta ajena y no pierden ocasión para ponerse como ejemplo.

5. Tienen los bolsillos llenos de piedras para lapidar a los hermanos que han caído en pecado.

6. La falta de corbata en los hombres es sinónimo de irreverencia y las polleras largas de las mujeres son parte de la espiritualidad.  La vestimenta para ellos, es lo que determina la espiritualidad.

7. Se consideran los exclusivistas de la verdad y todos los demás están perdidos.

8. Se encolerizan con enseñanzas que hablan  de nuestra pecaminosidad y de la gracia de Dios.

9. Con sus actos, anulan implícitamente la eficacia de la sangre de Cristo y se olvidan del hermoso “Consumado es”.

10. Hablan mucho de predicar el evangelio,  de misericordia y de amor, pero nunca están dispuestos a dar de aquello.

Estos síntomas entre otros, son los que frecuentemente manifiestan personas que son presas de sus propias raíces de amargura y que aun no experimentan la libertad en Cristo y la ruptura de las cadenas que el diablo dispuso en el trayecto de sus vidas. Para ellos todo es una esfera religiosa, llena de estatutos, de reglas y de inventarios que se deben cumplir, tan igual como los hebreos receptores de la misiva que encabeza este estudio.
Es cierto que las personas llegan a Cristo llenas de ataduras y raíces de amargura, pero no hay forma de superarlas, a menos que exista una legítima e incondicional rendición ante el Señor que liberta y que nos enseñó que la verdad os hará libres (Juan 8:32). De ahí la necesidad de revisar la genuina conversión de las personas o la fabricación artificial de las mismas. Un predicador dijo una vez: “no deje de hablar de la gracia de Dios y de la incompetencia del hombre, y  los falsos creyentes comenzaran a manifestarse”. Solo la gracia de Dios es lo que delata el pecaminoso y soberbio corazón del hombre y su altivez de espíritu.

La problemática colectiva de la existencia de personas que portan el mal de las raíces de amargura, es que pretenden tal vez  inconcientemente, ocultar su problema con el termino de “solemnidad”,  y se cumple la escritura cuando dice que por ello se produce el estorbo y la contaminación a otros, en otras palabras,  es como los efectos de la clásica manzana descompuesta que si no es apartada oportunamente, terminará por descomponer a quienes la rodean.

Por lo general, las personas a quienes se arriman aquellos que padecen el mal de las raíces de amargura en una iglesia, son creyentes nuevos o inmaduros, vulnerables y sin capacidad de discernir, y que por consecuencia terminan solidarizando con el error cuyos resultados casi siempre son fatales en una congregación,  ya que se mezclan sentimientos humanos, corazonadas o parcialidades lejos de la voluntad de Dios.

“Quítense de vosotros toda amargura…” Efesios 4: 3

La biblia define la amargura como un pecado y por tanto, debe ser erradicada de en medio de nosotros como cualquier otro pecado. No podemos pretender pasar toda nuestra vida dominados por la amargura.
La amargura de espíritu, atenta contra la benignidad del amor en medio de una congregación, ya que no surge el deseo de cantar con fuerza y alegría, de reírse sanamente, de gozarse ni de estimularse a las buenas obras  los unos a los otros, sino que, la amargura crea una atmósfera densa y espesa que impide el culto restaurador y la comunión de los santos. No podemos confundir “Amargura con Solemnidad”, ni ocultar este mal,  tras el manto de legalismo, de  caras largas y demacradas, de formalidad religiosa ya que nos estaríamos engañando a nosotros mismos. Los creyentes debemos llegar a mostrar rostros alegres que adornen de manera consecuente la buena nueva que poseemos.

“El corazón alegre hermosea el rostro… el de corazón contento tiene un banquete continuo” Proverbios 15: 13.15

El proverbio citado nos enseña de manera clara que la alegría del corazón modifica nuestro rostro y nos permite disfrutar de un diario banquete, por tal razón, pidamos al Señor para que salga de nosotros todo vestigio de raíces de amargura que pueda haber, y  que están estorbando y contaminando a otros, deteriorando la comunión sana de los santos, obstaculizando el avance y desarrollo de la obra, y lo peor, mostrando a un mundo incredulo que somos tan iguales o peores que ellos.

Amados hermanos, que la gracia de Dios nos ayude a tener un corazón limpio y libre de aquellas raíces de amargura, y vuelva nuestros rostros comprimidos y desganados, en otros nuevos,  relucientes y llenos de esperanza para que adornen de manera consecuente el evangelio que portamos. Que así sea, amen.

PEL2011

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