“Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado” Génesis 4.13

 La vida de Caín revela los contrastes de un ser humano común y corriente que en el transcurso de la vida muestra aquellas aristas opuestas entre sí. La aparente bondad y la maldad más absoluta.

A veces pasamos por alto la nobleza de un trabajador como Caín. La biblia indica que él era labrador, y no descubrimos su maldad hasta que consumó el pecado de asesinato en contra de su hermano Abel. Evidentemente tanto Caín como Abel eran pecadores ya que en sus venas circulaba aquel germen del pecado  que entró a la raza humana  al momento de la caída de sus padres cuando estos decidieron desobedecer a Dios y escuchar la voz de la serpiente (Gen. 3:1-6)

Se presume que ambos recibieron la instrucción de sus padres respecto al único acto sacrificial que Dios había establecido como método de redención y propiciación por el pecado. No obstante, en la escena que desencadena el primer asesinato de la historia de la humanidad, aparece la desobediencia a la Palabra de Dios y sus inevitables desastrosas consecuencias.

Caín, en lugar de ofrecer al sustituto inocente en sacrificio, decidió ofrecer el producto de su trabajo y de su esfuerzo, lo que Dios rechazó categóricamente. Caín en lugar de obedecer al mandato de Dios y la enseñanza de sus padres, prefirió obrar según lo que dictaba su propio corazón pecaminoso.  De esto desprendemos la gran enseñanza de que jamás debemos confiar en lo que nuestro corazón nos pueda dictar.

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9

Al contrario de Caín, Abel su hermano aun siendo pecador,  no depositó su confianza  en lo que él podía hacer por Dios, sino que en lo que la Palabra de Dios enseñaba, es decir, ofrecer el sacrificio de un cordero como sustituto inocente para propiciación y expiación por el pecado. Esto se describe fielmente en lo que el apóstol Pablo declaró:

“Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8

El sacrificio sustitutorio de un animal inocente era lo único que podía redimir del pecado al culpable.  Abel obedeció a las demandas de la justicia de Dios ofreciendo de lo mejor de sus ovejas,  y como resultado recibió la justificación. Pero Caín no obedeció a las demandas de la justicia de Dios y quiso poner sus propias reglas de justicia, por consecuencia, la ira de Dios estaba sobre él.

Lo sintomático de esta rebeldía de Caín,  y que por lo demás,   ha motivado este artículo, es lo que ocurre luego del pecado de este hombre que hasta entonces no mostraba evidencias de absoluta maldad y crueldad. Como sabemos, Dios no miró con agrado la ofrenda de Caín, pero sí a la de su hermano Abel.  Luego de esto, vemos a un Caín que comienza a mostrar las oscuras paredes del corazón humano capaz de llegar a límites insospechados.

“…pero (Dios)  no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” Génesis 4:5

Caín se ensañó en gran manera, es decir, se enfureció de manera descontrolada y en un corto plazo,  fue preso de la ira que brotó profusamente  de las profundidades del pecado del ser humano asilado en el corazón. Nuestro Señor Jesús enseñó que lo que contamina el hombre es lo que sale desde adentro.

«No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre… Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” Mateo 15: 11-19

Caín se llenó de ira y decayó su semblante. Una realidad que nos hace preguntarnos ¿Por qué? La respuesta es obvia, pero vale la pena analizarla. Dios aprobó la ofrenda de su hermano Abél, pero no la suya.

“Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda” Génesis 4:4

Fue la envidia que se desencadenó en las entrañas de Caín, y por eso decayó su semblante. La envidia roba el gozo del  creyente e inclusive la armonía de su rostro. El creyente anda decaído y demacrado,  y no puede haber gozo en su rostro porque algo se lo impide.

La biblia cataloga a la envidia como pecado y no solo destruye al envidioso, sino que daña profundamente al envidiado. En este artículo vemos el ejemplo de un Caín  lleno de envidia que asesina a su hermano Abel. El envidioso ataca, difama y enfatiza los errores y debilidades del envidiado a fin de desacreditarlo. De esa manera, el envidioso logra aplacar parcialmente aquel escozor que le fastidia y le daña desde sus propias entrañas. La Biblia dice:

“El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos” Proverbios 14:30

 “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?” Proverbios 27:4

Una vez que Caín desobedece a Dios (primer pecado), asomó la envidia (segundo pecado), por consecuencia, aparece la Ira (tercer pecado) y finalmente el tristemente célebre desenlace, el asesinato de Abel (cuarto pecado).

Ante esta horrible tragedia que como muchas e innumerables han enlutado la historia del hombre, nuevamente se confirma y certifica que la muerte sigue siendo la paga del pecado, tal cual la biblia lo enseña (Romanos 6:23 a)

No obstante, el pecado de Caín no quedó solo en el asesinato de su hermano, sino que asoma el quinto pecado; la mentira. Caín no reconoce su pecado y no acude a Dios a pedir perdón.

“Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Génesis 4:9

Dios soberano y omnipresente busca la confesión del culpable, tan igual como lo hizo con Adán cuando le decía “¿Dónde estás tú?” (Gen. 3: 9),  no obstante, Caín responde con una mentira que deja ver su sexto pecado de la soberbia al proclamar  una insolencia increíble, lo que revela que no existía una relación personal con el Creador. Caín solo tenía una religión, pero no una relación estrecha con Dios. Lo que él ofrecía era en base a sus propias justicias, esfuerzos y logros. Caín  esperaba en lo que él podía hacer “por Dios” y No, en lo que Dios hace por el pecador. En otras palabras, es la clásica actitud religiosa de los hombrecitos que dicen que ellos buscaron y amaron  a Dios y que por consecuencia Dios extiende sus favores.

Amados hermanos, la biblia es clara en enseñarnos que Ud. y yo no buscamos a Dios ni le amamos, pero sí, Él nos buscó y nos amó primero.

“Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban” Isaías 65:1

 “No hay quien busque a Dios” Romanos 3:11

 “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” 1 Juan 3:19

En la respuesta de Caín se deja ver la blasfemia, el insulto y la falta de respeto ante Dios todopoderoso. No fue el arrepentimiento que experimentó Caín luego de la tragedia, sino que su culpa continuaba aumentando hasta coronarla con su sexto pecado de la soberbia. Como vemos, el pecado siempre va en aumento, y lo único que lo puede detener es el arrepentimiento y la confesión delante de Dios.

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” 1 juan 1:9

Una vez que Dios le declaró a Caín  las consecuencias de su pecado, nunca le observamos como a un culpable confesado ni arrepentido, sino que vemos a un hombre soberbio que llega a pretender cambiar su esencia de victimario víctima.

“Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado” Génesis 4:13

El peso del pecado y la respectiva sentencia estaban haciendo de Caín una víctima y no un victimario. Esta situación es la que me ha llevado a reflexionar en otras de las tantas aristas del pecado en nuestra vida.  Evidentemente el pecado que mora en nosotros nos acompañará hasta que Cristo nos vuelva a buscar o nos llame a su presencia. Sin embargo, es estrictamente necesario estudiar y meditar esta temática,  de manera de prestar atención a cada ejemplo que las escrituras nos entregan para nuestra enseñanza y consolación (Romanos 15:4). El pecado nos daña y nos llena de trabas que si no las entregamos al Señor oportunamente, se pueden transformar  en pesadas cargas que nos limitaran nuestro servicio y andar en Cristo. Odios, envidias, frustraciones, tristezas, codicias, raíces de amargura, etc., que son parte de aquellos pecados que nos esclavizan y no nos permiten progresar.

Para esto, es necesario apropiarnos de nuestro pecado y jamás culpar a un tercero como causante de mi tragedia.

“Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí” Salmos 51:3

Acá tenemos a David,  un miserable pecador tan igual como todos nosotros y también como el protagonista de este artículo, Caín. No obstante, observamos una gran diferencia entre un pecador perdido y uno salvado, entre aquel que pertenece a una religión y otro que tiene una relación con Dios, entre el hombre que descansa en sus justicias y aquel que confía en aquel que justifica al impío, etc. El pecado de David no fue menor que el de Caín, no obstante, todo comienza de la misma forma, desobedeciendo la perfecta voluntad de Dios que se revela a través de su Palabra.

David comienza a abandonar sus deberes como rey y caudillo de un ejército (primer pecado), luego se sumerge en la ociosidad (segundo pecado), comienza a pecar de vista y de pensamientos observando furtivamente la mujer de su prójimo (tercer pecado), duerme con la mujer de su prójimo (cuarto pecado), urde una plan estratégico para asesinar al marido de la mujer y quedarse con ella (quinto pecado), soberbia e insensibilidad ante el pecado durante la declaración del profeta Natán (sexto pecado). No obstante, David experimenta el arrepentimiento y el dolor del pecado y obtiene de Dios la redención. El salmo 51 es el clamor desgarrador de un hijo de Dios arrepentido y herido por su pecado. Eso es lo que una persona religiosa no salva como Caín no puede hacer. Solo hay remordimiento, pero jamás arrepentimiento ni menos confesión.

“Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos” Salmos 51:4

David revela en este salmo que sus rebeliones y su pecado son solamente de él y no hay nadie más como causante de los tales. Él se apropia de sus transgresiones y expresa de manera conmovedora el dolor por las mismas. David nunca culpa a nadie más que a él mismo de su pecado. Eso es lo que Caín no experimentó. Hay muchas personas que cargan pesadas mochilas provocadas por sus propios pecados,  y que erróneamente desean justificarlos en las culpas de otros. Un niño que crece en un hogar de delincuentes, es altamente probable que en  el futuro siga la huella de sus padres, sin embargo, será él y solo él quien debe apropiarse de sus culpas y consecuencias. En lo personal me ha tocado escuchar a muchos testimonios de personas  que argumentan que la culpa y la responsabilidad por lo que ellos son o no llegaron a ser, o los errores que han cometido y sus consecuencias, son de sus padres o familiares. Esto es un craso error, porque aunque la biblia enseña que nosotros somos herederos del pecado original de nuestros primeros padres, la  culpa y responsabilidad es absolutamente personal, por lo tanto, Dios nos juzgará de manera individual por nuestros pecados los cuales no pueden ser transferidos o endosados a un tercero. Esto es lo que enseña la sagrada escritura; y es por eso la maravilla de la salvación, ya que la justicia de Dios consiste en que nuestro Señor Jesucristo toma nuestra culpa y la clava en el madero de la cruz.  Cuando El Salvador llega a nuestra vida, nos encuentra llenos de culpas, raíces de amargura y trabas que nos mantenían prisioneros en una celda oscura y fría; y es en ese lugar nauseabundo donde Él nos toma y comienza una obra de perfección que solo culminará el día de nuestra reunión con Él.

“…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” Filipenses 1:6

Es por esta razón que debemos cada día confesar nuestra iniquidad y apropiarnos de nuestras culpas y responsabilidades, manteniendo una estricta sensibilidad al pecado y necesidad de acudir constantemente a nuestro abogado y sumo sacerdote. Me temo que hay muchos  que mantienen por largo tiempo guardados los rencores y las raíces de amargura que no les permiten crecer ni relacionarse con gozo con los hermanos en una congregación, y aún más, sienten la necesidad de justificar sus propias culpas y consecuencias con los pecados de otros.

Como hemos visto, Caín jamás se arrepintió de su pecado ni pidió perdón al Señor, por el contrario, su continua soberbia lo llevó a ensimismarse y a sentirse víctima. Aquello lo llevo acarrear el resto de su vida una pesada carga envuelta en el orgullo y la autosuficiencia humana. Pero también observamos a un David cuyo pecado fue tan o más horrendo que el de Caín, pero  él sintió la carga del pecado y la entregó a aquel quien es el único que puede quitar nuestras culpas y limpiarnos de toda maldad.

“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” 2 Samuel 12:13

Amados hermanos, es tiempo de revisar nuestra vida y nuestro trato personal con el pecado; o estamos actuando como Caín sintiéndonos víctimas o como David, reconociendo su propio  fracaso y clamando a la multitud de las piedades de aquel que justifica al impío.

Que la gracia de Dios nos sensibilice en este importante tema. Que así sea, Amén.

PEL02/2014

Categories: Devocional

2 Comments

cesar · 14 de marzo de 2014 at 09:40

El diario vivir para el hijo de Dios, cortar de raíz cualquier manifestación de la concupiscencia, para que no se consume nada que vaya en contra de lo que nuestro buen Padre nos a enseñado, esto es en la naturaleza pecaminosa, porque esta claro que el que a nacido de Dios no puede permanecer o practicar el pecado, OJO, PRACTICA Y PERMANENCIA, es diferente a caer en un pecado, porque el que practica el pecado no a conocido a Dios.

Luz Tirado · 17 de enero de 2020 at 21:30

Gracias,al comprender y aceptar que he sido como Cain…Acepto y me arrepiento de mis pecado…Dios liberame de mis ataduras…liberame de la mentira del engaño en el que estado..Que al fin muera el hombre viejo…Renueva mi espíritu…y que al fin…vea Tu bondad en la tierra de los vivientes…

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