descargarpdf“La suerte se echa en el regazo; Mas de Jehová es la decisión de ella” Proverbios 16:33

Como palabras iniciales, debemos afirmar categóricamente que todo está bajo el control soberano de Dios y nada de lo que ocurra escapa de su decisión. Así como él conoce todos los pelos de nuestra cabeza y que ningún pajarillo cae a tierra sin que él lo sepa y lo permita, todas las cosas están visadas por su decreto soberano.

“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” Mateo 10:29-31

Una de las doctrinas más cautivante y maravillosas, es la de la soberanía de Dios. Es realmente esperanzador descansar en sus promesas y en sus decretos, en lugar que tener por confianza lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer para asegurar nuestro futuro. Él es Dios que está en los cielos y nosotros hombrecitos que estamos en la tierra.

En primer lugar hablaremos de la fe. La biblia presenta el único medio para ser salvos de la condenación del pecado,  y este es la fe en la obra redentora del Hijo de Dios nuestro Señor Jesucristo. Nadie puede ser salvo por medio de obras o méritos implícitos ya que la misma escritura enseña que el hombre está muerto en delitos y pecados (Ef.2:1)

La Palabra de Dios presenta una frase que ha cautivado a muchos a través de los siglos: “más el Justo por la fe vivirá” (Hab. 2:4b, Romanos 1:17, Gálatas 3:11, Hebreos 10:38) Esa fue la experiencia del conocido Martín Lutero, aquel sacerdote agustino Alemán que después de estar inmerso en la religión romanista, confiando en sus méritos, en dogmas humanos y tradiciones, el poder de la Palabra de Dios y la acción del Espíritu Santo le hicieron nacer de nuevo mediante este texto que habla de la única y verdadera fe.

Gracias sean dadas al Señor que su infalible Palabra no nos deja en la oscuridad respecto a la descripción de la fe. Pablo le dice a los efesios que la fe es un don de Dios, y el escritor de Hebreos nos precisa que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” Efesios 2:8

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” Hebreos 11:1

Con estos dos textos selectos de la santa Palabra de Dios, se nos habla del origen y de las obras de la fe. No obstante, la religión siempre ha presentado a la fe como un ejercicio innato de la criatura hacia Dios. De esta manera se enseña que es el hombre quien debe buscar a Dios y “poner” su fe en aquel que le puede salvar. Comúnmente escuchamos a aquellos que invitan al pecador a “poner su fe” en Cristo ya que él le puede salvar. Estaremos de acuerdo que desde la limitada óptica humana, aquello sería una mera expresión del acto de la conversión, pero en la perspectiva divina basada en la única e infalible revelación de las sagradas escrituras, la fe es un don de Dios. De manera que es Dios quien regala la fe a aquel que por consecuencia creerá en el Señor Jesucristo para ser salvo. Y no puede ser de otra forma, ya que el hombre nace muerto en sus propios delitos y pecados, y a menos que Dios le de vida, aquella criatura no puede creer ni conocer lo que es la fe genuina y salvadora.

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” Efesios 2:1

Cuando la biblia dice que “el Justo por la fe vivirá” no se refiere a que hay personas justas en sí mismas, o individuos con méritos innatos de justicia suficiente como para ser perdonados por Dios. Para ser salvos, se debe ser perfecto delante de Dios, y bien sabemos que no hay hombre perfecto, ni justo, ni bueno de acuerdo a las exigencias de la justicia de Dios.

“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” Romanos 3: 10-12

La palabra “justo” significa “declarado Justo sobre la base de los méritos de Cristo. En otras palabras, cada individuo justificado, es decir, “declarado justo”, lo es exclusivamente en los méritos de Cristo. Y esto se concibe por la fe que es un don de Dios. De manera que una persona sabe que es salvada por la fe en el hijo de Dios. No depende de lo que haga o deje de hacer.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1

El creyentes no cree en sí mismo, ni pone su confianza en sus obras para ser salvo, sino que descansa en la obra todo suficiente del Hijo de Dios. La certeza de lo que espera el creyente están las promesas del salvador y no en las promesas de lo que pueda hacer el hombre.

“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” 2 Pedro 3:13

Cada uno de los hombres y mujeres que la biblia presenta como salvados, fueron aquellos que vivieron por fe en el redentor. Desde uno de las más antiguos personajes que las santas escrituras revela como lo fue Job, quien expresó tener la certeza de que su redentor vivía sin haberlo visto (Job 19:25) hasta unos de los finales hombres como lo fue el apóstol Pablo, quien dijo antes de su partida que le está reservada la corona de justicia en la eternidad (2 Timoteo 4:8), es una nítida y potente evidencia de que el don de la fe lleva al creyente a tener una certeza y convicción de salvación eterna, y todo basado en los méritos suficientes en la obra gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

Esto descarta completamente el concepto de la fe subjetiva que depende del estado de ánimo o firmeza propia de aquel que dice ejercitarla. Por ejemplo, es muy frecuente escuchar a personas que dicen que deben hacer algo “con fe” para que todo le resulte bien; si es tomar un remedio, “tómalo con fe para que te haga bien”, Si es hacer un trámite difícil, “hazlo con fe para que todo resulte como deseas”, etc. Con esta idea, el futuro depende del hombre y de su “fe” para que las cosas resulten. Por tal razón y sobre esta premisa puramente humanista, salió la versión de la “súper fe” que también puede crear un universo en medio de las circunstancias, según lo enseñan falsos profetas como David Yonggi Cho, Benny Hinn o César Castellanos, entre otros.

Hay pasajes bíblicos que aparentemente sugieren defender este planteamiento humanista de que la fe es un ejercicio innato del hombre, y que mediante el éxito de esta práctica, los resultados deben ser exitosos según lo que se busca alcanzar. Pero al correlacionar toda la enseñanza de la fe que la biblia entrega, descubriremos lo que siempre insistimos ante la obstinada soberbia del hombre; que todo descansa en la decisión soberana del Creador.

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” Romanos 11:36

Este texto es una verdadera bofetada al orgullo de los hombrecitos que insisten en crear sus propios destinos de acuerdo a lo que hacen, como lo hacen o dejen de hacer. Por otra parte, está el concepto de la credulidad que demuestra aquella cándida actitud de las personas que creen todo lo que le enseñan, aun cuando esas enseñanzas rayen en la irracionalidad. Sectas, herejías y miles de religiones presentan de manera insistente estas aristas que hacen que la humanidad tropiece una y otra vez en la misma piedra.

Bien sabemos que los hombres buscan llenar el vacío de sus espíritus, pero no lo logran debido a que las dimensiones de aquel lugar son del tamaño de Dios. Ni la religión, ni sus prácticas piadosas podrán dar saciedad a aquel vacío. Por esa razón, las personas crédulas practican constantemente aquel “suicidio intelectual” para someterse a enseñanzas y prácticas que según ellos, les ayuda a vivir y a tener aquella “armonía” que tanto anhelan. Creen en aquel que hace milagros, en ejercicios místicos, en maestros, gurús, y en todo aquel que les prometa felicidad y paz.

Hay una fuerte corriente mística en nuestra sociedad, que ha llevado a miles a sumirse en las enseñanzas de los gurús de oriente, específicamente La India. Por ejemplo, el afamado gurú Hindú Sai baba que reclutaba a pequeños y grandes en torno a su auto idolatría y sus enseñanzas; personas famosas, políticos, artistas y empresarios, llegaban a contemplarle con una candidez sorprendente, lo que evidencia que por mucha academia o intelecto que tenga una persona, si no tiene una relación verdadera con Jesucristo como dice la escritura, sigue siendo un necio con un corazón entenebrecido.

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” Romanos 1:21s

La credulidad ha sido un verdadero caldo de cultivo para los comerciantes de la fe, ya que ellos hasta usan la tecnología para engañar. El predicador tiene un pequeño audífono en su oreja para recibir la información que de lejos le dice un secuaz advirtiéndole que viene entrando una persona de chaleco azul con problemas en su cadera; de esta manera en cínico predicador vocifera: “…Dios me está revelando que viene entrando una persona con dolores en su cadera….Dios me muestra que es aquel que viste un chaleco azul”….luego un estrepitoso grito de toda la multitud llena de credulidad: “¡Aleluya! ¡Aleluya!

Así ocurrió cuando investigaron a Benny Hinn el supuesto sanador, portador y dispensador de la poderosa “doble unción” pero que no es capaz de enseñarle que Roma es la babilonia de apocalipsis 17 y 18. La Inside Edition informaba en los años 90 que una periodista si infiltró en sus supuestas campañas de milagros descubriendo el más suculento de los fraudes. Este es el fruto de la credulidad.

Pastores que salen a volar por la noche, que van al infierno, que tienen entrevistas privadas con el “señor”, que hablan lenguas angélicas”, que predicen los terremotos, exorcistas, curanderos, etc. etc. son algunas de las mentiras que los crédulos aceptan como la pura verdad. A ellos el apóstol Juan les dice:

“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” 1 Juan 4:1

Finalmente observamos el tercer elemento que motiva este estudio. La superstición. Como definición podríamos decir que la superstición es toda creencia contraria a la razón y a la fe. Etimológicamente significa aquello que esta “por sobre lo establecido”. Se podría decir que es un paso más allá de la credulidad como se comentó anteriormente. Si nos desprendemos de la fe verdadera, caeremos en la credulidad y desde ahí, quedamos a un paso de la superstición. En otras palabras la credulidad es una mixtura de la fe y la superstición.

El hombre inherentemente es supersticioso debido a que hay una resistencia innata a aceptar que sí existe Dios todopoderoso que tiene el control de todas las cosas. Por tal razón, los hombres piensan que crean su destino y lo pueden modificar con artificios irracionales de la superstición. Desde las creencias abiertamente paganas como el uso de amuletos, patas de conejo, figuras de elefantes con un billete cruzado en su trompa recogida, palos de fósforo entre el dedo y el anillo, quema de inciensos, y costumbres religiosas como tener la biblia abierta en el salmo 91, usar agua bendita o tener imágenes e íconos de ídolos, configuran la gran gama de prácticas supersticiosas que acompañan al hombre desde tiempos inmemoriales.

El texto que encabeza este estudio de Proverbios 16:33 habla de esto. Menciona la palabra suerte que vendría a significar el “augurio, ventura o presagio” de lo que vendrá. En otras palabras, es la anunciación o predicción de lo que ocurrirá, sea esto, bueno o malo. En los tiempos bíblicos se acostumbraba a “echar la suerte” en el delantal o regazo de la indumentaria de la época; utilizando piedrecitas, huesos o pequeños trozos de madera de distintos tamaños que diferenciaban la suerte como buena o mala. De manera que los que participaban de tales prácticas tomaban una de las piedrecitas, huesos o trocitos de madera sin mirarlas, y dependiendo de la que salía en esa elección, era la suerte que tendría la persona.

Por ejemplo, vemos en Lev. 16:8 -10, Núm. 26: 55-56 la práctica de la suerte para situaciones tan importantes como lo eran el ejercicio cultual y la repartición de tierras de Israel. ¿Cómo entendemos esto? A la luz del proverbio 16:33 entendemos que todo depende de Dios, incluyendo la suerte. El que el pueblo de Israel haya utilizado ejercicios de suerte como lo vemos, no significa la validación de vivir por la suerte, sino que sobre aquello impera la soberanía de Dios. Por eso es que la segunda parte del proverbio dice: “…más de Jehová es la decisión de ella (la suerte)” Prov. 16:33b.

Por eso es que muchos estudiosos creen en la legitimidad de la elección de Matías como Apóstol sucesor de Judas cuando fue elegido mediante la práctica de la suerte (Hechos 1: 26) Pero los argumentos que derriban tal afirmación, son: primero, que Cristo no envió a los apóstoles a buscar el sucesor de Judas, sino que a esperar la llegada del Espíritu Santo (Hechos 1: 4,8), segundo que la elección apostólica es una prerrogativa exclusiva de Cristo (Gálatas 1:12, 1 Corintios 9:1-2), y tercero, que Matías no aparece en la obra apostólica, pero sí Pablo como el doceavo (2 Corintios 12: 11-12)

El problema de la suerte, es que el hombre busca en ella los designios futuros mediante las prácticas supersticiosas. Israel era por naturaleza un pueblo apegado a la superstición. Su constante relación con el paganismo que lo rodeaba, lo llevaba a sustituir la confianza en aquel que lo había liberado con mano poderosa de la esclavitud de Egipto. Su inclinación a la cábala y métodos artificiosos para conocer el futuro era una tónica frecuente en la vida religiosa del pueblo de Israel; hasta en la actualidad tenemos a esta cultura adornada con amuletos y especies de sortilegios. No en vano el Señor desde temprano ya les advertía acerca de esto:

“No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti” Deuteronomio 18:10-12

Este mal no es un asunto atingente solo a Israel, sino que al corazón humano de la raza y cultura que sea. Es decir, todos llevamos dentro de manera arraigada la superstición, y debemos desecharla. El hombre tiene la inquietud acerca de lo que ha de venir, teme a aquello; desea conocer el futuro, y compraría cualquier especie que le libre de males, enfermedades, miseria, etc. Ahí tenemos las ciencias ocultas o esotéricas que se presentan como los oráculos que le permitirían al hombre conocer lo que viene; la quiromancia o lectura de las líneas de las manos, el manejo de los péndulos, el tarot, el horóscopo, etc.

Este temor inherente a lo que vendrá que es parte de un corazón supersticioso, es descrito en la vida de Job. Aunque hay muchos que presentan a este hombre de Dios como un hombre impecable, que a pesar de la prueba extrema, fue paciente hasta lograr su restauración plena, la biblia lo presenta como un hombre que iba tras una ley de justicia, descansaba en ella, pero que necesitaba lo más importante; ser justificado en los méritos del Redentor. Y eso es lo que se declara al final del relato (Job 42: 1-6) Particularmente creo oportuno observar una arista en la vida de Job que declara su temor a la suerte y que revela que su confianza no descansaba en la soberanía de Dios.

“Porque el temor que me espantaba me ha venido, Y me ha acontecido lo que yo temía. No he tenido paz, no me aseguré, ni estuve reposado; No obstante, me vino turbación” Job 3: 25-26

La biblia describe a Job como un hombre piadoso y muy acaudalado; él tenía muchos recursos y su vida era muy religiosa, y por lo que detectamos de su confesión leída, le espantaba perder todo lo que tenía. Él declara que no tenía paz, no estaba seguro, ni con reposo. A pesar de que la descripción habla de un hombre temeroso de Dios, su vida era un constante obrar en medio de la amenazante sombra de perderlo todo. Esto no es una interpretación; él lo dijo y reconoció que vivía espantado de lo que podía venir.

La primera vez que leí este pasaje, descubrí que esos mismos temores estaban asilados en cada uno de nosotros. Aun siendo creyentes y predicando que Dios es todopoderoso y soberano, nuestra rebelde naturaleza nos lleva a desconfiar de aquel que controla absolutamente todo, aun aquello que vendrá. En esa decadente relación con Dios, el hombre hace las cosas no por amor a Dios, sino que por temor al castigo de él. Hay una gran diferencia entre el temor “de” Dios, al temor “a” Dios. Una simple preposición cambia totalmente el sentido bíblico de esta enseñanza.

La biblia enseña en el Proverbio 1: 7a que el principio de la sabiduría es el temor “de” Jehová. Es decir, Dios deposita en sus hijos aquel temor reverente, que no significa espanto, sino que amor y devoción por el Soberano, y que permite tener una relación con él. Un creyente jamás podría deliberadamente proclamar palabras blasfemas y ofensivas a Dios debido a este temor.

Ahora bien, el temor “a” Dios, es aquel que cultiva la religión, cualquiera que esta sea, incluyendo la evangélica. Es el pánico a un dios tirano y severo que exige, demanda y que concede sus “bendiciones” a cambio de obras, mandas, sacrificios o autoflagelaciones. Los feligreses bajo este temor son fieles obreros que acumulan litros de sudor a fin de canjear antes su dios, los mejores augurios, favores y bendiciones. De hecho, cuando algo sale mal y las dificultades vienen a sus vidas, lo primero que salta a sus mentes son frases como estas: “Dios me ha castigado”, “¿Qué he hecho mal?” o “en algo estoy fallando…”

Hay muchas personas que viven presas de la superstición religiosa; leen la biblia, oran y asisten a la iglesia, creyendo que con eso logran enternecer el corazón de Dios a fin de recibir sus bendiciones. La inclinación supersticiosa nos puede llevar a pensar que las bendiciones de Dios son supeditadas a nuestra fidelidad y a nuestras obras. De esta manera no servimos a Dios por a mor, sino que por temor “a” él.

Lamentablemente descubrimos que la superstición aún mora en nuestro corazón, y por consiguiente en nuestras congregaciones. El que personas que asisten a iglesias, aún hablen de sueños, visiones, corazonadas, o premoniciones, nos obliga a apelar a la santa escritura para nutrirnos de ella y desechar estos temores del porvenir, como que si no tuviésemos a un Dios todopoderoso y soberano, que controla absolutamente todo, inclusive la suerte.

La superstición nos lleva a hacer cosas irracionales por temor a lo que vendrá. En el ámbito secular, los hombrecitos evitan levantarse con el “pie izquierdo”, avanzar luego del cruce de un gato negro, salir a la calle después que se ha derramado la sal o pasar por debajo de una escalera. Las mujeres portan un diente de ajo en su chauchera y los hombres procuran mantener sus billeteras con hartos billetes para no “atraer la miseria”; estas son algunas de las prácticas supersticiosas más conocidas.

Lo triste es ver miembros de iglesias que ofrendan o diezman por temor a que Dios castigue sus finanzas o a cambio de prosperidad; también asistir a las reuniones y procurar fidelidad en ello, porque les irá mejor en la semana, son evidencias de una marcada superstición que aun rige parte de nuestras actitudes y concepciones de las cosas.

La persona supersticiosa está llena de temores, y a pesar de confesar a Jesucristo como su Señor y su todo suficiente Salvador, continúan en esta lucha de la ansiedad y el afán por lo que vendrá, y sus actos están asediados de prácticas supersticiosas que les entregan una supuesta seguridad de lo que vendrá. Así como Job, “no tuvo paz”, nuestra relación con Dios puede que muchas veces no este colmada de la paz que sobrepasa todo entendimiento. Obviamente la solución no está en la superstición, sino que en la confianza plena en el Dios soberano que tiene el control de todo.

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” 1 Juan 4:18

“echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” 1 Pedro 5:7

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” Filipenses 4: 6-7

El apóstol Juan habla del temor. Bien sabemos que el temor entró con el pecado, y fue precisamente Adán quien dijo: “…tuve miedo” Génesis 3:10. Antes de la caída del hombre, no existía el miedo. Obviamente es el temor a lo que vendrá, al castigo, al juicio de Dios, etc. Por eso que la raza humana manifiesta aquella inherente superstición de querer hacer cosas por temor a lo que viene. Juan agrega que el temor lleva en sí castigo.

Cuando hablamos de pecado, solo limitamos el tema a pecados sexuales, borracheras o disoluciones abiertas, pero frecuentemente olvidamos algunos pecados que también son condenados por el Dios Santo y que serán juzgados por él. Uno de ellos es el temor.

El temor y la superstición van de la mano y esclavizan al hombre. Por ejemplo el tema de los sueños. Hay personas que viven afligidas por lo que sueñan y buscan interpretación que les permita saber el oráculo que encierra aquello. Como dijo alguien de manera muy acertada, “antes de pretender acordarse del sueño, acuérdese de lo que comió antes de ir a dormir”. Hay más temor a los sueños que temor de Dios. Esto es superstición.

“Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios” Eclesiastés 5:7

Salomón dirigido por Espíritu Santo, nos da una tremenda advertencia y lección. Mientras el mundo consulta a los brujos de turno que abundan en los diarios y programas de televisión, nosotros los creyentes sirvamos a Dios mediante su temor reverente. No temamos de los oráculos de los sueños o de los que leen el horóscopo, sino que confiemos en la soberanía absoluta de Dios.

Estoy consciente de que muchos me dirán, pero “José tuvo sueños o Daniel interpretó sueños” ¿Por qué entonces los creyentes no podemos confiar en los sueños? La respuesta es simple; Dios ahora nos ha dejado su Palabra para conocer todas las cosas que necesitamos saber, y lo que no aparece en la biblia, dejémoslo a Dios y en la eternidad podremos saberlo.

“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” Deuteronomio 29:29

Por otra parte, el apóstol Pedro habla de la ansiedad, aquella palabra cuyo origen denota la idea de estreches u opresión del corazón. De ahí la derivación de la palabra “angina” o dolor. La ansiedad es un estado de dolor o, angustia del alma. Es una inquietud que muchas veces no se logra definir su origen. El individuo está ansioso, pero no sabe porque. Es un estado que lleva a la persona a consultar médicos, psiquiatras o curanderos. Otros acuden a medicinas holísticas como el yoga o la meditación trascendental de las culturas orientales.

En el caso de los creyentes, lo menos que hacemos es lo que nos aconseja Pedro; “echar nuestra ansiedad sobre él”. Jesús es nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro fiel amigo. Él es nuestro confidente al cual debemos acudir constantemente para contarle todo lo que nos aflige y descansar en él acatando su mandamiento:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” Mateo 11:28

La superstición suele ser el camino más “fácil y seguro” para solucionar nuestros problemas de ansiedad. En lugar de confesarse completamente delante de Dios y confiar de que él tiene cuidado de nosotros, muchos optan por sesiones de “liberaciones”, terapias a lo “nueva era”, exorcismos, ungimientos y prácticas que rayan en el ocultismo con disfraz evangélico.

Por ejemplo, para que la superstición sea cubierta de un ropaje evangélico, se ha inventado el afamado “pancito de vida” que para muchos viene a ser un verdadero predictor de lo que “dios” le ha deparado para el día. Es el “horóscopo evangélico”. El “pancito de vida” consiste en un conjunto de pequeñas tarjetas que tienen un texto bíblico, de manera que se toma y se lee como quien consulta a las cartas o al tarot para ver que me quiere decir “el señor”. Es una especie de cartomancia evangélica.

También existen aquellos que tienen la biblia abierta en el salmo 91 como amuleto “espanta cucos”. Otros se ponen la biblia en el lugar donde tienen una dolencia para que curar enfermedades y otros más osados, abren la biblia al azar y fijan rápidamente su dedo en el primer texto para ver que dice “dios”, utilizando la infalible Palabra como un acto de satánico de “ouija”. No olvidemos que satanás conoce la escritura y él la uso para tentar al Señor según lo dice la santa escritura (Mateo 4:1-11)

Una vez una persona evangélica muy supersticiosa, estaba practicando esta manera errónea de consultar las escrituras, y abrió al azar la biblia, y al fijar su dedo en uno de los textos, señaló el pasaje de Mateo 27:5 que dice: “…y (Judas) fue y se ahorcó”. Ante tal sorpresa, esta persona volvió a practicar esta lectura azarosa de la biblia, y fijando nuevamente su dedo, el apareció el texto ubicado en Lucas 10:37 que dice: “….Ve, y haz tú lo mismo”. Finalmente, preso del pánico, este hombre temblando volvió a hacer lo mismo; abrió al azar la biblia y fijo su dedo en uno de los textos, y ahora la suerte cayó en el pasaje de Juan 13:27 donde dice: “…Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”

Amados hermanos, la biblia no es un amuleto ni objeto de oráculos, ni siquiera es un elemento al cual se le deba rendir culto o poner en medio de altares. La biblia es la Palabra de Dios que debe hacerse vida en cada corazón de quien la lee, de lo contrario, solo será un conjunto de delgados papeles impresos y nada más. Despojémonos pues de toda superstición religiosa y blasfemia, y volvamos a concebir todas las cosas por la fe que una vez hemos recibido los santos. Desechemos las cuestiones necias y supercherías evangélicas de supuestas visiones, sueños, premoniciones, corazonadas, temores, afanes, etc., que solo evidencian una carente relación con Dios y preocupante irreverencia por la infalible Palabra del Señor.

Que la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos ayude a comprender este importante tema. Que así sea. Amén.

PEL12/2014

Categorías: Estudio

3 comentarios

JAEL M. · 1 de enero de 2015 a las 23:33

Excelente y muchas gracias por tan importantes temas!! Dios le fortalezcan cada amanecer.

viviana correa · 11 de enero de 2015 a las 08:20

Queridos Hermanos:
Que el Señor siga usándolos tan poderosamente y con tanta gracia.Que su palabra siga siendo puesta en alto y su nombre sea alabado por los siglos de los siglos

Melissa · 3 de septiembre de 2017 a las 00:47

Hola muy buena explicación me edifico mucho. Justamente hoy le pedí sabiduría a Dios, pues un familiar cristiano me dijo que le dio un consejo a alguien de algo que a mi me pareció supersticioso, después de leer varios versículos llegue a Proverbios 16:33 y decide buscar su explicación en la web, es muy acertada muchas gracias que Dios los bendiga.

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *